35 años después

El 27 de mayo de 1981 estuve como enviado especial en la final de la Copa de Europa que el Liverpool le ganó al Real Madrid (1-0) en el viejo Parque de los Príncipes de París. Los gendarmes habían cercado las calles y cerrado todos los bares y comercios a dos kilómetros del estadio. Aun así observé desde la retaguardia los enfrentamientos de hooligans, parapetados en un parking cubierto de las proximidades, y la policía armada de porras, botes de humo, escudos y cascos al otro lado de un puente que cruzaba la calle. Y vi a un tipo beberse de un solo trago una botella de ginebra entera porque no se la dejaban entrar en el recinto o despeñar por un vomitorio a un aficionado cuya entrada, sin duda robada, fue a situarle en medio de la afición enemiga. Y si, por un par de localidades, apuñalar a un chaval con una botella rota un metro por delante de mi.

Nada es comparable con lo que vivió mi amigo Emilio Pérez de Rozas dos días y cuatro años después, el 29 de mayo de 1985 en Bruselas en el estadio de Heyssel y en los prolegómenos de otra final continental: Juventus-Liverpool. Allí hubo muertos, 39 en total, en su mayor parte italianos. Solo un británico. Esto es lo de menos. Aquella imagen dantesca no se borrará nunca de la mente del periodista de El Periódico de Catalunya. Ni tampoco de la de su compañero fotógrafo que iba con él y que, al día siguiente, no tuvo el ánimo suficiente para regresar al lugar de los hechos como si hizo Emilio. Lo de la noche anterior no era solo verlo, sino tener que contarlo: la avalancha, las peleas, los gritos de pavor, la gente pisoteada, los cadáveres esparcidos sobre la grada. Lo peor, si, era volver para contemplar el paisaje después de la batalla, ¡qué digo batalla!, sino guerra. Respirar aquel aire, escuchar el silencio del horror, percibir el alma de la tragedia. Y, claro, escribirlo otra vez.

Hoy se han cumplido 35 años de aquel drama que Emilio aun me cuenta más de una vez, como si quisiera no haberlo visto, no tener que vivirlo y mucho menos recordarlo. Pero, la pregunta amigo mío es: ¿hemos aprendido algo de aquello, como de otras hecatombes humanas?:

¿Aprender? Me temo que aprendimos muy poco de aquella tragedia. Por eso dudo también de que vayamos a aprender de la pandemia del coronavirus. Lo que ocurrió en Heysel fue culpa del Gobierno belga de entonces, que no tardó ni 24 horas en dimitir, empezando por su ministro de Interior, que fue el primero que se tomó a broma que habían llegado lo peor de cada casa de Liverpool y, por tanto, iba a tener un problema gordo, que ya se intuyó, lunes y martes, en la gran plaza de Bruselas donde, borrachos, los ‘hooligans’ destrozaron todos los escaparates. Todo fue un error político, de medida, de sentido común y, como todos sabemos, han pasado 35 años y los políticos y los ministros del Interior siguen cometiendo los mismos errores. Por ineptos.