A Doro, desde este mundo

Un amigo me pide que hable de Doro, Blas Armero Gallego, del Mallorca y del bar Doro, si, apenas a 50 metros del viejo  y ahora demolido Lluis Sitjar. Viejo no soy o, al menos, no me siento; mayor, si. Pero no tanto como para acordarme de Doro más que como aficionado, ya que mis amaneceres como informador deportivo coinciden precisamente con sus ocasos. Fichó cuando yo tenía doce años y se marchó una década después, así que su trayectoria la viví desde la grada, sin micrófono ni bolígrafo.

Pero le recuerdo, si. No era muy alto, pese a lo cual iba muy bien de cabeza y manejaba las dos piernas. De hecho comenzó como zurdo, procedente del Hércules, (Arqué, Bolao, Doro) y terminó en la banda diestra (Doro, Sans, Victoriero). Entonces los laterales no subían tanto como ahora, en eso que llaman el «fútbol moderno» como si no se siguiera jugando con una pelota y once contra once. Pero, claro, no se permitían cambios ni se había inventado el «líbero», denominado más propiamente «defensa escoba».

Una vez retirado le veía en su cafetería, donde me tomaba algún cortado a la espera de que finalizara algún entrenamiento para entrevistar a algún jugador o hacía una parada antes de entrar al recinto para transmitir o contar un partido. Y ¿saben?, hablaba poco de fútbol. Fue lo que se llama un «jugador de club». Ya no los hay. Creo que el último debió ser «Chichi» Soler. Abandonó su carrera cuando ya no podía dar más de sí y lo hizo con discreción y la misma seriedad que le caracterizó en el campo.

Un entrenador que sabe muy bien de qué va esto, me dijo en cierta ocasión que el futbolista tiene que ser el mismo dentro del terreno de juego como fuera de él. Y así era Doro. Un buen tipo, honesto sin tener que esforzarse para parecerlo.