Con o sin público

A lo largo de los 90 años que cumple, cada liga empieza con resultados sino sorprendentes, llamativos en cierto modo. Digamos, raros. Transcurridas las primera cuatro o cinco jornadas las aguas vuelven lentamente a su cauce y a partir del primer tercio de la competición se pueden empezar a extraer las primeras conclusiones, para nada definitivas, respecto a las cartas que cada equipo esconde o pone sobre la mesa.

Pero esta temporada viene con influyentes novedades. La ausencia de público en los estadios, que va camino de mantenerse durante largo tiempo si las cifras de contagios del COVID 19 aumentan como lo están haciendo, condiciona en ciertos casos el comportamiento de los jugadores pero sobre todo lo que observamos ahora son los numerosos defectos colectivos e individuales entre las diferentes formaciones.

Estos encuentros desangelados no solo han perdido emoción, sino que restan tensión a unos jugadores que con espectadores en las gradas intuimos que lo harían mucho mejor. Al revés que los árbitros. La falta de presión ambiental tranquiliza a los colegiados, pero relaja la auto exigencia de los jugadores por falta de estímulo en parte o, de otro lado,  por pecado de negligencia

He visto algunas citas tanto de primera como segunda división y creo que el espectáculo ha decaído considerablemente. Los casi ineludibles 100 minutos por lance, cinco cambios con sus respectivas pausas, el paro para hidratarse y, primordialmente, el juego desplegado hacen insoportable hasta la comodidad del sofá y al bar, tal como está las cosas, mejor olvidarlo.

Usaré el ejemplo que me resulta más cercano. Estoy convencido de que el Mallorca, con su afición en las gradas, no hubiera jugado como lo hizo ante el Rayo Vallecano. Claro que, como contrapartida, tampoco lo hubiera hecho el Espanyol el pasado domingo.