El mundo en dos pañuelos

Contar que los jugadores del Eibar se han unido a la queja generalizada de los futbolistas al expresar públicamente su miedo a seguir con el protocolo ideado por la LFP,  consensuado con el CSD y asumido por Sanidad no contenta a ningún profeta. La sorpresa hubiera sido lo contrario. Añadir que el Levante, cuyo presidente cabalga con el estandarte de Javier Tebas, ha sido el primero en ordenar a su primera plantilla el regreso a los entrenamientos, tampoco representa una de las señales dantescas que anunciarán la llegada de los cuatro jinetes del Apocalipsis. El reportaje elaborado en torno a las declaraciones los médicos que desde el anonimato han denunciado las presiones que reciben para guardar silencio y que recomendé leer en las páginas de El Periódico de Catalunya, ha aparecido también en las del Diario de Mallorca en virtud de su integración en el conglomerado de diarios del Grupo Moll entre los que hoy día se halla el que fuera de Antonio Asensio. Javier Moll se hizo con los activos de ZETA por encima de la oferta superior de Jaume Roures, rechazada por los bancos acreedores en atención a altas instancias. El mundo es un pañuelo a merced del viento que sopla entre ERTE y ERTE.

Los estadios no están preparados para imponer el silencio a la algarabía. Ni la televisión, ávida de programas que llenen sus espacios y sus arcas, aguanta una transmisión deportiva sin público. Hubo un precedente y lo vi: Eibar-Real Sociedad. Un espectáculo lamentable y sin interés. No hay un solo deporte sobre la faz de la tierra en el que se compita sin público. Ni uno. Ni el golf, pese a la amplitud de sus pistas y el tamaño de la bola. Ni el ciclismo, cuyas cámaras precisan captar las aglomeraciones en las rampas y metas, volantes o no, a veces con riesgo para la integridad del ciclista. Un partido sin aficionados es aun peor que un teatro con la platea vacía. Ese hueco, ya lo verán, no lo llena ninguna televisión ni aunque resucitara Matías Prats senior con comentarios de Michael Robinson. Pero en su castigo, hallarán su propia penitencia. Y la de los demás, lamentablemente, pañuelo en ristre para enjugar las lágrimas.