El sitio de Sagunto (Puerto)

En el año 219 antes de Cristo el general cartaginés Aníbal Barca sitió la ciudad valenciana de Sagunto. En el Puerto de Sagunto, un núcleo urbano a pocos minutos de la urbe, el Mallorca tuvo que resistir estoicamente la ira de los aficionados locales encerrado en su vestuario y esta es ya la última narración de confinamientos que publico para ligarla al actual encierro de todos nosotros.

Corría el 2 de enero de 1977 y las huestes de Luis Costa, entonces entrenador bermellón, visitaban el campo del Acero, titular de aquella población. Llámenle intuición pero al llegar al recinto para transmitir el partido a los oyentes de Radio Juventud, acompañado de Ricard Pla que lo hacía para Radio Popular, decidimos solicitar al compañero de telefónica que nos había instalado la línea (dos cables de cobre recubiertos de una fina patina de plástico negro) en lo alto de la pequeña grada de preferencia que nos las pusiera al borde del terreno de juego, entre banquillos. Habíamos convenido que en la tribuna había un solo y pequeño vomitorio tanto para entrar como para salir y dedujimos que si algo no iba bien, las pasaríamos canutas. Preferíamos campo abierto. Siempre podíamos correr. Y si, cual pararrayos al uso atrajimos la tormenta.

Mariano, un honesto defensa procedente del Rayo Vallecano, adelantó a los visitantes en el marcador. Metidos atrás para defender la ventaja, se multiplicó el dominio del anfitrión que en el minuto 43 se disponía a botar un nuevo saque de esquina. De pronto el técnico mallorquinista saltó como un resorte de su asiento llamando a voz en grito: «¡Mariano, al 4. Mariano, al 4, Mariaaanooooo, el 4». Y «zas», el maldito 4 mete la cabeza y empata el partido. Pero de repente el árbitro, Ramón Guitart del Colegio Catalán, anula el gol. Se forma un tumulto de jugadores a su alrededor protestando la decisión cuando salta un espectador desde ese mismo fondo y, paraguas en mano, le asesta un «paraguazo» al pobre colegiado que cae al suelo en redondo y sin sentido.

En este momento acuden a asistirlo y, asustado, el bueno de Jaume Pedrós, el masajista balear, se sienta sobre el desmayado y rociándole de agua fría por la cara, le daba palmaditas en las mejillas. El trencilla parece reanimarse, abre los ojos pero al ver a Pedrós pegándole no tuvo tiempo de discernir ni su identidad ni la intención de tales «caricias». Total que sin recobrar la consciencia tuvieron que llevárselo al vestuario. Mientras era atendido jugadores y público, si espectadores, aguardaban sobre el césped el final de la primera parte o ya el descanso, pero una vez recuperado el equipo arbitral comunicó a los delegados de ambos equipos la suspensión total del encuentro.

Y fuera, claro se armó la mundial. Los jugadores del Mallorca y del Acero enfilaron como pudieron el camino de sus respectivas casetas, mientras Pla y yo mismo narrábamos la batalla campal que se había iniciado sobre el mismo terreno de juego ante la decepción del empate invalidado y el fin del partido en plena reacción rojiblanca. Yo empecé a liar los bártulos y Ricard aguantó un poco más hasta que vimos peligrar nuestros aparatos y nuestro físico. Marc Verger, compañero de Diario de Mallorca hacía fotos de la batalla perseguido por un airado hincha que quería plancharle la cámara en la cabeza, buscó refugio en la espalda de un orondo sargento de la Guardia Civil al que inquirió: «soy periodista, mire mi carnet y tengo derecho a hacer fotos, si me pasa algo usted será el responsable» a lo que la autoridad, garrota en mano, respondió: «tiene usted razón, el responsable seré yo, pero si no esconde la cámara al hospital irá usted».

Aquello empeoraba por momentos y pudimos ganar el vestuario del Mallorca a salvo de contingencias peores y donde también acababan de ducharse y vestirse los jugadores. Pero el temporal no amainaba. Desde el exterior caían piedras de todos los tamaños rompiendo los cristales que caían hechos añicos junto a nosotros. Recuerdo a Pep Bonet y Bartolí jugando una partida con un ajedrez de bolsillo. La fuerza pública bastante hacía con impedir el asalto a nuestras dependencias hasta que aquel sargento al mando entró y nos dijo: «no se preocupen. lo mejor es no enfrentarse a ellos. a las ocho dan un partido por la tele y se irán todos a verlo».

Y así fue. Tras dos interminables horas de escuchar insultos y esquivar pétreos proyectiles, se hizo un silencio sepulcral y se nos comunicó que ya podíamos salir. En efecto no quedaba nadie y entre dos hileras de tricornios accedimos sin mayores contratiempos al autocar.

El Comité de Competición ordenó la disputa de la segunda parte a puerta cerrada y en campo neutral. Tuvo lugar 10 días más tarde en el recién estrenado campo del Levante, el «Ciudad de Valencia». Manolito anotó un gol más para el Mallorca, que cerró el episodio con un 0-2 a su favor. Ramón Ramón Guitart, nacido en Premiá de Dalt (Barcelona) siguió en activo una temporada más. Dejó su carrera arbitral a los 34 años.