In memoriam

Decía el gran Luis Aragonés aquello de que juegas como entrenas, sin embargo las malas lenguas aseguran que Maradona jugaba mejor que entrenaba. También afirmaba el «Sabio» que el fútbol es un juego de listos, aunque siempre interpreté que quería decir de pillos o de pícaros y, en efecto, ahí Diego Armando le daba la razón tal y como demostrado con el uso de la mano en aquel Mundial de Argentina contra Inglaterra. Otro grande, el «Brujo» de Sa Pobla asegura que un futbolista es dentro del terreno de juego igual que fuera de él, lo que vuelve a contradecir la fama del ilustre fallecido. Y Emilio Pérez de Rozas reflexionaba ayer en el sentido de que cuando se sabe admirado por millones de personas de distinto género, edad, nacionalidad y cultura, adquiere una responsabilidad social de la que no puede ni debe abdicar.

Y yo digo que en ningún ámbito vital deberían tener cabida los tahúres, los mentirosos, los fulleros, los simuladores, esa parte del fútbol  en la que se alinean los provocadores, los «piscineros», los agresores, los tramposos que quieren engañar al árbitro y muchas veces lo consiguen. Odio la picaresca, la hipocresía, la vagancia, el menosprecio del ser humano consigo mismo. Pero no me siento capaz de juzgar nada ni a nadie y mucho menos públicamente. Lo que si declaro es que, al contrario de lo que muchos piensan e incluso promueven, no me gustaría que ningún hijo mío emulara a ídolos como el «10» de Lanús. Ni a George Best, ni a deportistas científicos, artistas, arquitectos y genios en general que hayan sido reconocidos como dioses en su quehacer pero demonios como indivíduos.

A partir de aquí, siento la pérdida de todo aquel que, por una causa u otra, sea querido y añorado por familiares, amigos, conocidos y sus entornos más o menos próximos e incluso lejanos. Al fin y al cabo, todos somos débiles. Particularmente preferiría ser recordado por lo que soy, no por lo que hago; sea o no consecuencia una cosa de la otra.