La educación como antídoto de la violencia

Muchos de los problemas del mundo se arreglarían con educación en lugar de tanto «postureo». La barbarie ha regresado a un campo de fútbol en un partido de juveniles como consecuencia de la escasez de valores que entre todos inculcamos a los niños y adolescentes. Y llueve sobre mojado porque muchos de los padres que desisten de sus funciones ya no los recibieron.

Tampoco las declaraciones institucionales contribuyen a reparar tales comportamientos en los estadios ni en otros escenarios. Está muy bien expresar su preocupación a través de congresos de fútbol base o instaurar la figura del coordinador de grada en algunos partidos o que el cargo político de turno aproveche alguna pomposa arenga para arañar cuatro miserables votos. Es exigible la aplicación de sanciones máximas, pero ni con eso se van a evitar las actitudes violentas de los desalmados.

Todo empieza en el hogar y las escuelas. Los profesores enseñan pero las familias educan. Sin embargo hay más responsables. Empezando por el ejemplo que se transmite mediante la prensa, la radio o la televisión. Se premia la picardía, no la honestidad. Se reclama el penalti del que se ha tirado y se pide que el VAR señale lo que cada uno desea ver. Se magnifican los gestos chulescos de grandes figuras, sus ademanes, sus amenazas al contrincante, los puñitos en el tenis y en el pádel. A competir le llaman ganar y a engañar al árbitro ser listo. Y así se abona la violencia tanto en el fútbol, como en otros deportes y, por desgracia, hasta en la política o en casa. Lo vemos todos los días.

Luego con sendos comunicados y ruegos más que llamadas al orden, todos quedan bien hasta el próximo incidente.. Cada cuatro años un nuevo modelo de enseñanza con máxima atención a estrategias partidistas y ninguna a la calidad y el contenido. La vida sigue igual.