Más responsabilidad y menos límites

La ley de sociedades anónimas deportivas está totalmente desfasada. A punto de cumplirse 29 años desde su aprobación, le evolución del deporte profesional la ha convertido sino en papel mojado en un instrumento prácticamente inservible.

Personalmente pienso que el límite salarial impuesto a los clubs por la Liga de Fútbol Profesional atenta con la libertad de cada empresa en invertir o gastar su dinero cómo, cuándo y cuánto le dé la gana. El tope lo ha de poner el empresario o sus accionistas que, finalmente, deberían responder en caso de quiebra o concurso como en las sociedades anónimas normales y con ánimo de lucro que, en definitiva, es lo que son los clubs de fútbol y baloncesto especialmente. Por otra parte y lejos de vigilar el despilfarro, no hace sino incrementar la desigualdad entre los equipos competidores. Aquellos que más pueden gastar parten con una evidente ventaja sobre los que no. Quizás esta es su verdadera razón de existir y no la transparencia que pregonan Tebas y sus gentes.

El problema no se ataca de raíz, como casi ninguno de ellos. Antes que esta medida intervencionista e indigna de un mercado libre, habría que comenzar por regular, ya desde el Parlamento Europeo, el movimiento de dinero que generan los traspasos de futbolistas y los mil vericuetos de sus contratos para alcanzar cifras que escapan al raciocinio y la lógica. Reconozcamos la inmoralidad de acuerdos «milmillonarios» que solo fomentan divisiones en los vestuarios y escandalizan tanto al aficionado como, aun más, al que no lo es. Pero siempre empezamos la casa por el tejado por mucho que el agua se filtre al salón.

Es un insulto a la razón que se persigan los grandes salarios de altos ejecutivos financieros o industriales y el fútbol salga de rositas con una pantomima de tope de gastos plagado de trampas, embustes y fracasos. Miren al Reus.