Políticos de tercera división

Desacreditar al adversario en lugar de acreditarse uno mismo siempre me ha parecido una mala estrategia tanto en política como en cualquier otra actividad. Entiendo la competencia como un estímulo de superación, no como un demérito de tus competidores. Me baso en esta idea para suspender a todos los portavoces de los grupos parlamentarios que han subido al estrado para hacer, sin excepciones, el más lamentable de los ridículos.
A pesar de todo, el menos malo, por así decirlo, ha sido Mariano Rajoy. Puedo entender que interprete el hecho de haber liderado al partido con más votos, con una sustancial diferencia, como un aval, opinión que no comparto. Pero muchos menos ha obtenido Pedro Sánchez que, como bien le espetó Joan Tardá, riza el rizo de la desfachatez cuando pretende ser presidente con el peor resultado histórico del PSOE que, por si faltara algo, pretende vender como unas siglas de izquierdas. Se equivoca. Por ese lado le ha adelantado Podemos que, además, amenaza con comérselo con patatas fritas. Que los históricos del socialismo, que no del comunismo, consientan que este Zapatero en guapo les dirija, nos hace sospechar que los González, Almunia, Rubalcaba, Guerra, Corcuera y otros hace tiempo que han engrosado las filas de los reservistas.
En cuanto a Albert Rivera no me siento decepcionado porque no voté Ciudadanos, pero si ha defraudado a no pocos de sus simpatizantes que ya forzaron unos resultados muy inferiores a sus espectativas. Su discurso es, en varios postulados, sólo teórico sin aportar soluciones viables y admite, igual que en otros, tintes populistas.
Si, como parece, nos encaminamos a unas nuevas elecciones, debemos exigir a los concurrentes que pacten antes de la jornada electoral y los ciudadanos sepamos a quién o quiénes votamos antes de depositar la papeleta en las urnas. Lo contrario es un engaño permanente al pueblo español.