Amaños e hipocresía
El amaño de partidos de fútbol y otros deportes es como las meigas, que se puede creer en ellas o no, pero haberlas haylas. Eso dicen en Galicia. Si el rumor es la antesala de la noticia, como aseguraba mi amigo, maestro y admirado José María García, la sospecha es la sala de espera del delito. La leve cortina que separa la ilegalidad de la suciedad la marca el dinero. Los gobiernos de todo el mundo no persiguen el tráfico de drogas en nombre de la salud pública, sino que esta es la excusa perfecta bajo la que esconden su verdadero objetivo: la evasión de impuestos.
Los partidos se manipulan desde la organización de las propias competiciones. ¿Por qué solo se unifican los horarios de cada jornada en las dos últimas del campeonato y no durante toda la temporada?. ¿Es que no se infieren ventajas a lo largo de todo el año?. ¿No se desvirtúa una competición cuando un equipo alinea a todos su suplentes ante otro por el hecho de competir en un campeonato distinto que le interesa más?.
Pero lo que ocupa y preocupa en las altas esferas no es la pureza de las lizas, sino la circulación de grandes cantidades de dinero que no pasan por filtro alguno. Lo llaman blanqueo de capitales. Y claro alli no solo entran presuntamente ciertos futbolistas, directivos o intermediarios, sino el entorno de muchos de ellos, rodeados de vividores sin escrúpulos y aduladores interesados. Los jugadores son en no pocos casos víctimas. Como en otros delitos los verdaderos inductores, cuando no ejecutores, pululan por instancias más elevadas. Por eso nunca pasa nada.
Las casas de apuestas no tienen la culpa de ser utilizadas por los presuntos delincuentes. Pero influyen en ludópatas de tres al cuarto y, peor aun, en jóvenes atraidos por la remota posibilidad de obtener unos ingresos fáciles. Pero su publicidad mantiene cuentas de resultados de emisoras de televisión, radios y periódicos, medios de comunicación de diversa índole cuyos destacados protagonistas invitan al juego de azar sin rubor y con descaro. Todo vale.
Así que nada de llanto, ni crujir de dientes. Menos hipocresía social y gubernamental. Más cascabeles y fuera gatos.