La justicia de los penaltis

Los entendidos dicen que decidir un partido, más aun una final, por lanzamientos desde el punto de penalti es una lotería. Será cierto, no vamos a discutir con los que saben. Cualquier sorteo o destino jugado al azar puede ser injusto, pero cuando el Gordo de Navidad toca en una familia o un barrio de desfavorecidos, se hace justicia. Más allá de que no sea el caso, -señora ministra, señora Raquel Olmos, repetimos la pregunta, ahora que Argentina ha ganado el Mundial, ¿qué hacemos con la inflación?-, el bombo del punto fatídico proclamó a un justo ganador.

En un epílogo más emocionante que brillante, más fulgurante que asombroso, Francia, que siempre había ido a remolque de marcador, tuvo la Copa en sus botas. Su delantero, solo ante la portería, estrelló la pelota en las piernas del guardameta albiceleste. Un minuto después las trompetas desposeían a su Selección del título obtenido hace cuatro años. ¿Mala fortuna, acierto del cancerbero, error del rematador?. Cualquier cosa menos intervención divina por mucha oración que se escuchara en el rumor de las gradas. La explicación era más sencilla: los de Messi fueron mejores, aunque los focos recayeran sobre la estrella y Di María quien cardara la lana.

Pero el fútbol, embarrado por el dinero capa a capa, sobrevive gracias a la épica. Su grandeza nace de lo imprevisible, no de la victoria grandilocuente de los grandes sobre los pequeños, de los ricos sobre los pobres, de los poderosos sobre los modestos. Los promotores de la Superliga no lo comprenden. Sin embargo el último acto del denostado escenario catarí, como si hubiéramos olvidado el organizado en el 78 en casa del general Videla, ha hecho más por este deporte tan adinerado como vil, que muchos de los comportamientos expuestos antes por el camino.

Y si quieren saber algo más, consulten a los expertos. A ellos les dejo el análisis y los protagonismos de Messi y Mbappe.