Antaño, vocación; hoy, dinero

Cuando la vocación, la afición o el servicio importaban más que el dinero, un árbitro de fútbol de primera división no ganaba doscientos mil euros por temporada y los directivos o presidentes de las federaciones tenían que conciliar sus actividades profesionales con la responsabilidad de sus cargos, no se imputaban salarios de cien mil «pavos» ni se compraban áticos de dos millones, el fútbol no necesitaba de la televisión para subsistir ni otros aditivos para atraer.

Para no abandonar el ámbito local, Mateo Simó Fiol, que pitó en la máxima categoría y fue presidente del Colegio, así se denominaba entonces, picaba piedra como el que más, es decir que era albañil. Borrás del Barrio compaginaba el arbitraje con su puesto de vendedor en una tienda de toldos y muebles de terraza. Rigo Sureda compartía con su hermano la propiedad de una imprenta. Bartomeu Riera Morro representaba firmas de zapatos, Doménech Riera vendía madera para cocinas, entre otras aplicaciones, su hija Carolina fue de las primeras mujeres árbitro, sino la primera, cuando eso era más difícil que ahora y el feminismo había que mamárselo sin subvenciones.

Si nos trasladamos a Berengario de Tornamira, allí estaba la sede de la Federación Balear de Fútbol, don Rafael Puelles llegaba a las ocho de la tarde después de cerrar la óptica que llevaba su nombre, don Antonio Seguí regentaba su fábrica de herrajes y fundiciones en hierro y acero, el secretario, don Sebastián Alzamora, funcionario de Hacienda, dedicaba a la Institución toda la tarde y más de una noche.

Miquel Bestard descabalgó al tándem Borrás-Doménech para erigirse en amo y señor de Son Malferit, la nueva sede auspiciada bajo la tutela del antiguo colegiado, y dejó por completo su trabajo de oficina en una cantera. Riera ya no vende calzado, eso creo, y Pep Sansó se ha profesionalizado al frente de la Federación de Fútbol de les Illes Balears a cuyos empleados viste ahora de uniforme porque asegura que eso es «marketing». Eso y todo lo demás, nadie lo duda.

De lo que si dudamos o, mejor dicho, estamos convencidos, es que tamaño cambio no lleva apareado mejoría alguna en las estructuras, ni el deporte en cuestión, ni en el espectáculo. El bolsillo de algunos, no pocos, si ha progresado.   Puede que cualquier tiempo pasado no fuera mejor, pero indudablemente tampoco peor.