De la fiesta al funeral

El 2 de julio de 1989 el Mallorca recibía en Palma al Espanyol en partido de vuelta de la promoción de ascenso a Primera. En Sarriá los blanquiazules habían ganado 1-0 y para ascender era preciso remontar dicha desventaja lo que al fin y a la postre se lograría con goles de Nadal y Vidal. Pero no es de lo ocurrido en ambos duelos de lo que les quería hablar, sino de que llegó a publicarse que la noche anterior al encuentro, varios directivos catalanes fueron vistos en un restaurante del centro cenando con el árbitro que iba a dirigir el mismo, el guipuzcoano Urío Velázquez.

Nada se pudo probar ni siquiera se llegó a insinuar que aquel hombre hubiera tenido alguna influencia en el resultado, pese a que anuló un gol a los visitantes y, en plena prórroga, expulsó a Alvaro Cervera, hoy entrenador del Real Oviedo y que entonces vestía le elástica bermellona.

Todo esto viene a cuento por lo que aparece ahora en las redes sociales y repiten miméticamente los medios impresos y digitales de comunicación ante la final del Mundial entre Francia y Argentina. De pronto se enferman seleccionados galos y hasta el propio entrenador, Deschamps, contrae fiebre y se habla de un extraño virus que podría impedir la participación de cinco de sus jugadores. En el bando contrario se extreman las medidas de seguridad y afirman haber recibido amenazas de todo tipo, muerte incluida, no se sabe por parte de quién.

En simples partidos de una competición cualquiera, no faltan cuatro forofos indocumentados y con demasiado tiempo libre, dispuestos a montar una serenata nocturna en los bajos del hotel donde se supone que duermen los contendientes. Una «cencerrá» que dirían los castizos. Eso solo demuestra que, además de montar un campeonato de la presente envergadura en un país de costumbres extremas muy diferentes de las de la mayoría de participantes, el menos pintado de los fanáticos de uno u otro bando, consentiria ganar no por lo civil, sino directamente por lo criminal, con tal de que le garantizaran el título. Esto es el «fair play» del que presume la FIFA.

Quiero pensar que, como en aquel Mallorca-Espanyol, todo esto no son más que bulos y habladurías de cuatro chalados. Quiero creer que nada ha pasado, ni nada va a pasar el domingo en Doha. Pero deseo imaginar que en algún momento alguien de ese grupo de dirigentes, técnicos, políticos y futbolistas  millonarios, recordará al mundo que en medio de tanto metal, billete o criptomoneda, no muy lejos de la celebración uno de sus compañeros, un seleccionado de Irán, ha sido condenado a la horca por defender en su país los derechos de la mujer a no llevar cubierto su pelo. .