Errores de bulto

Las instituciones están por encima de los individuos. Los clubs de fútbol, también; incluso sobre sus propios accionistas, dirigentes y jugadores. Nunca arriba de la afición como grupo social, pues por mucho que quieran impedirlo esta constituye su cuerpo y soporte;  ni el dinero, ni la televisión, ni las marcas, ni la publicidad.

Inconscientes al respecto, los rectores de la Liga de Fútbol Profesional en términos generales y los gestores del Mallorca en concreto, desprecian a sus seguidores día tras día con sus decisiones interesadas y especulativas ajenas a la realidad. Solo piden, pero no dan. Ni siquiera el espectáculo que aseguran defender.

Los dos últimos fichajes, Kadawere y Nastasic, se quedaron el sábado en la grada para disgusto de Andy Kohlberg, presidente, y del entrenador, Javier Aguirre, que quizás hubiera presentado al delantero tal y como iba el lance contra el Girona. La ausencia es imputable a la negligencia, desconocimiento o lentitud de los ejecutivos que, además de presentar sus «transfers» en tiempo forma, jueves día 1 a las 12 de la noche, debían adjuntar los correspondientes permisos de trabajo y alta en la Seguridad Social, inherentes a sus nacionalidades.

Si uno considera más importante a su patrocinador que a su público y promueve media docena de viajes a Japón para presentar sus camisetas de temporada, no puede quejarse porque le programen partidos a las 2 de la tarde. Si tanto atrae el dinero nipón, haber ido a comprar un club alli y no aquí donde, capítulo aparte, no había un solo botellín de agua a las 12 del mediodía de ayer al alcance de los sufridos espectadores que, nobles e ingénuos, acudían a la Ciudad Deportiva para apoyar a los chavales del Mallorca B.

El club, en efecto, sobrevive al margen de sus actuales propietarios que, en flagrantes tropiezos hallan la penitencia a su pecado de gobernar desde la distancia a espaldas de la cultura, idiosincrasia y raíces locales. Y de las del propio fútbol.