Manías de viejo diablo

Nunca he admirado demasiado a los entrenadores de fútbol que triunfan con grandes plantillas a sus órdenes. Sé que mi parecer es muy particular, pero siempre me he decantado por aquellos que hacen grandes equipos de planteles mediocres.

En cierta ocasión uno de ellos me hacía una reflexión en torno al fenómeno Messi al decirme: «si tienes en tu once a un jugador como él que te resuelve cualquier problema cuando menos te lo esperas o más apurado estás, el mérito no es tuyo». Yo también lo creo.

A lo largo de mi trayectoria en el periodismo deportivo que, para desgracia mía fui obligado a compaginar con tareas de gestión que no me gustaban nada, he conocido de cerca  más de medio centenar de técnicos, algunos con sus auxiliares, he visitado más de un centenar de campos de fútbol de toda España y Europa, sin contar los de Baleares, y he presenciado y comentado en diversos medios de comunicación tanto orales como escritos más de un millar largo de partidos. Si, también cientos de futbolistas con alguno de los cuales aún conservo alguna amistad.

Me gustó aprender de los preparadores bien en charlas privadas o cuando las ruedas de prensa antes y después de cada lance eran lo que hace tiempo han dejado de ser. Por eso, insisto en mi apreciación. Y si quieren nombres, ahi van unos cuantos porque siempre me inclino por el Luis Aragonés del Real Oviedo o el Mallorca antes que por el Pep Guardiola del Barça, el Bayern o el City o Zinedine Zidane que ¿a quién ha entrenado salvo al Madrid?. Y ni qué decir tiene por Serra Ferrer, Juan Carlos Forneris, Héctor Cúper, Antonio Oviedo, o todos aquellos que recibieron un vestuario de aprobado rascado o suspenso y lo dejaron con evaluación de notable como mínimo, sobresaliente y, en ocasiones, matrícula de honor.