Sorpresas, campanadas y patinazos

Dos equipos descendidos demostraron durante el pasado fin de semana lo que llama vergüenza torera: el Elche y el Ibiza. Por el contrario sus oponentes, Atlético de Madrid y Levante  firmaron un ejercicio de prepotencia y exceso de confianza que ha puesto en peligro sus objetivos: el segundo puesto y el ascenso directo respectivamente.

Aunque el húngaro Fabian Marozsan sacara del Masters 1000 de Roma al joven ídolo español, Carlos Alcaraz, el tenis es uno de los pocos deportes, no sé si el único, en el que el número uno del mundo siempre gana al 135. Y seguramente a cualquiera más allá del Top Ten. Pero en fútbol no es así. Lo vemos en la Copa del Rey, donde clubs de tercera división se imponen a otros de Primera, lo constatamos en el Mundial, donde selecciones de nivel medio o bajo ganan a las que lucen estrellas en sus camisetas y en no pocas jornadas de la liga de manera puntual, pero ni los peores se convierten en buenos de la noche a la mañana, ni viceversa.

Sin embargo lo que ha ocurrido en el «Martínez Valero» y el «Ciutat de Valencia» no es un hecho casual, sino la consecuencia de la escasa exigencia, excesiva permisividad y elogio permanente que rodea a los futbolistas de élite. Son esos a quienes les cuesta entender que la humildad garantiza muchos más triunfos que la cuenta corriente, el flash de los medios de comunicación o el fervor ciego de la grada. Ya no hablemos del menosprecio al contrincante, que también se ha podido dar. ¡Vamos, casi seguro!. Esto último muy practicado por el tal Vinicius, venerado en los altares de cartón piedra, menos cuando se enfrenta rivales de los que él debe considerar de su categoría.