¡Es la guerra!

Quitémonos las caretas y llamemos a las cosas por su nombre: si, estamos en guerra. El presidente de Francia ha calificado el atentado terrorista de ayer como un acto de guerra y lo es. El Papa Francisco nos ha situado ante la tercera guerra mundial y quizás, también, tenga razón. Donde seguramente hallaríamos la discrepancia es en definir el límite entre buenos y malos y la forma de combatir de unos y otros.
Desde que el mundo es mundo se ha producido un enfrentamiento permanente entre el bien y el mal. Ambos coexisten porque necesitan uno del otro, como el rico precisa del pobre. Pero no caigamos en la fácil tentación de creer que la religión desune y causa dolor y sangre. Es cierto que en el pasado la fe enfrentó a naciones enteras, sin embargo y como ahora, simplemente fue usada como excusa para ejercer el poder y conquistar territorio.
La globalización y la tecnología han cambiado sustancialmente los escenarios de la batalla. Ya ningún ejército acude armado hasta los dientes para liarse a tiros con el enemigo sobre un descampado. Se libra en cada ciudad, en cada pueblo y, en nombre de las creencias religiosas, se lucha por lo de siempre, sólo que el territorio ya no tiene sentido y hay que sustituir el concepto por riqueza. En resumen, la historia se repite y los hombres pugnan por dinero en nombre de dios.
Hoy todos nos solidarizamos con Francia, pero mañana tendremos que hacerlo con cualquier otro país o lamentarnos nosotros mismos. Las leyes ya se adivinan insuficientes y donde no hay reglas impera el caos. A partir de aquí que cada cual estime la mejor forma de combatirlo. Cuestión de opiniones, pero parece evidente que donde termina la capacidad de la policía, generalmente empieza la actividad del ejército.
Rezo por Francia y por toda la humanidad.