Del desahogo al rigor

Como bien dijo no sé si el dueño del PSG o el presidente de la FIFA, aquel que con la Superliga pretendía sacar de la ruina al fútbol estaba dispuesto a gastarse 200 millones de euros en la ficha de un jugador. Hay ruina, pero también podredumbre que no es exactamente lo mismo.

Fíjense cómo se mantiene la norma que autoriza cinco cambios por equipo y partido, que sustituyó a la de tres futbolistas con la justificada excusa de la Covid 19. Si, si. Empezó con y por la pandemia, pero se impuso para quedarse. Y los clubs, que no dejan de quejarse de sus penurias económicas y las telarañas de sus tesorerías, viajan con 22 o 23 jugadores, algunos con tres porteros, en lugar de los 18 admitidos antes en las convocatorias. Son cinco billetes más y dos o tres habitaciones de hotel, sin contar entrenador, segundo, preparador físico, preparador de guardametas, fisio, médico, cuidador de material, delegado, jefe de prensa y, cómo no, algún que otro directivo o empleado. Expediciones de treinta y tantos tipos alojados en hoteles nunca por debajo de cuatro estrellas. Porque además, se pagan dietas. Que lo sepan.

Y conste que hoy no quería hablar de eso, sino de esos 10 minutos de prolongación, 10, aplicados por el árbitro valenciano Martínez Munuera, internacional no por la gracia de dios sino por la Velasco Carballo, en el segundo tiempo del Espanyol-Atlético del pasado sábado. Teniendo en cuenta que tres de los cambios colchoneros se llevaron a cabo durante el descanso, que la pausa de hidratación de la primera parte debió compensarla antes del mismo y que, de acuerdo, hubo un par de calambres sospechosos, me temo que al colegiado se le paró el cronómetro. Habrá que estar pendientes de cuántos encuentros habrá en toda la temporada donde se concedan tantos minutos pero, sobre todo, me pregunto si el trencilla hubiera sido igual de puntilloso en el Nou Camp o el Bernabéu, por decir. Claro que, particularmente, no me sorprende lo más mínimo.