A la distancia oportuna

A título de ejemplo Héctor Cúper prefería respetar las distancias, quien hablaba directamente con los jugadores eran sus ayudantes, Alberto Basigalup o Juan Manuel Alfano, más allá del golpe en el pecho que el primer daba a los protagonistas en la misma boca de los vestuarios justo antes de que salieran al terreno de juego.  Hoy el «postureo» imperante y lo políticamente correcto, un criterio inventado a la medida de quienes lo exigen aunque no lo apliquen, ha impuesto una cierta complicidad impropia en la mayoría de los casos.

Pero la distancia es una virtuosa costumbre que, como otras ha pasado de moda. Por ancha que sea el área de entrenadores delante de los banquillos, Simeone, Xavi, Sampaoli, etc se la saltan a la torera ante la incomprensible permisividad arbitral, menos tolerante con otros técnicos. Pero también la distancia que exigiría la función de los árbitros se ve permanentemente vulnerada por los propios jugadores. Antes solo podía hablar el capitán, ahora lo hacen todos cuando no es el propio colegiado quien da más explicaciones de las debidas o tiembla al señalar la infracción de determinados jugadores o equipos.

Tampoco se respeta la distancia de las barreras en las faltas. Ni la que marca la relación de un entrenador, jefe al fin y al cabo, con su plantilla. Ni la de los periodistas, informan para radio, televisión o prensa, con aquellos a quienes valoran por sus actuaciones y como garantía de la objetividad, equidad e imparcialidad de sus crónicas. Ya no hablemos de presidentes y directivos.

Confundir la cercanía, la proximidad o el trato amigable con la falta de respeto, la educación y el desprecio a la autoridad, no militarizada aunque autoridad al fin y cabo, equivale a rebajar el valor de la dignidad, el esfuerzo y la ejemplaridad que distinguen al deporte de la pachanga. Y en esas estamos.