De Rosselló y Lafuente a Contestí.

Este es el momento del neomallorquinismo, un concepto adaptado a los buenos resultados, digámoslo así, que sin embargo ignora la historia e incluso la desprecia, grave error. Cada nuevo propietario pretende usurpar la corona de lo que ellos mismos llaman refundadores. Nada que objetar si esta es su religión que, como todas, tiene sus acólitos no siempre sinceros sino más bien interesados o «subecarros», un calificativo muy arraigado en la sociedad mallorquina.

Lamento bajar del pedestal a quienes se complacen o se han creído reyes del universo, algo muy humano por otra parte, pero, iniciales fundadores aparte, Vázquez Humasque y tal, los 108 años del Mallorca solamente registran a dos auténticos salvadores: Jaume Rosselló Pascual, con la colaboración de José María Lafuente López, y Miquel Contestí Cardell. Los dos primeros sembraron la simiente para hacer de un equipo de barrio un club profesional. El segundo lo reconstruyó a partir de unas ruinas no aptas ni para reciclaje. Los tres sin más apoyo económico y social que su pasión y sentimientos.

Resistiré la tentación de recordar la identidad de presuntos liberadores y los acontecimientos que provocaron más que cualquier asomo de refundación una serie interminable de refundiciones. Si acaso ya metidos en el modernismo vigente, pasemos página del virreinato de los Claassen, Cerdá y algún ejecutivo traidor y ambicioso, cuyo único objetivo fue instaurar un negocio que salió no mal, sino peor. Y en aquellas cenizas los actuales propietarios del fondo de inversores Liga ACQ Legacy Partners LLD, empresarios financieros de Arizona con sede social en el estado de Delaware, vieron una oportunidad especulativa que han sabido dotar y conducir hacia un horizonte de esperanza, como ya escribíamos hace dos días. Pero entre visionarios y redentores hay ciertas diferencias y cuando ante una cita como la del sábado nadie ha tenido el detalle, la delicadeza y la gentileza de ponerse en contacto con la familia Contestí, Gregorio Manzano o Serra Ferrer, según todos atestiguan, es que el espíritu de los verdaderos reconstructores no reside en Son Moix.