Entre Courtois y Simeone

No he llegado a tener miedo en un campo de fútbol, aunque lo he pasado mal en Sarriá, Tenerife, Onteniente, Lleida u Orense por el mero hecho de ser el narrador que iba a transmitir para la «radio del equipo visitante». Lo pasé peor en el antiguo Teatro Sindical de Palma de la calle Font y Monteros, durante una asamblea de socios del Mallorca por haber escrito que, reglamento en mano, podían haber descendido al equipo a Regional en base a la acusación de soborno en un encuentro contra el Mestalla que había terminado con detenidos y acabó resuelto en la Audiencia debido a un acuerdo auspiciado por Pablo Porta, a la sazón presidente de la Federación Española, y don Sebastián Alzamora, secretario de la Balear. ¡Gajes del oficio!.

Pero si me llamó la atención algo que me contaría años después Héctor Cúper tras un incidente grave en un Boca-River y algún incidente en el viejo estadio Metropolitano, el del Manzanares: «En Argentina empezamos sin tomar en serio las algaradas de las «Barras Bravas» y ya vimos como términó». Y aquí, en esas estamos. Tampoco dimos importancia al Frente Atlético, entre otros, y en estas nos vemos. Añadamos que si sucesos similares hubieran ocurrido en cualquier estadio fuera de Madrid o Barcelona, a día de hoy ya ni se hablaría de ello. Pero merengues y colchoneros, presentes también en medios de comunicación, se dividen entre defensores de Courtois y fiscales de Simeone.

Retrocedamos al año del Real Madrid, por aquel entonces todavía solo penta campeón de Europa. Paco Gento, al que apodaban, «la galerna del Cantábrico», se revolvió contra el público al que dedicó un feo gesto. Fue expulsado de inmediato, en aquellos tiempos no se usaban tarjetas sino el dedo del árbitro señalando el camino del vestuario, y sancionado con dos partidos por el Comité de Competición. En Inglaterra, a raíz de la tragedia de Heyssel, acabaron con el problema de los «supporters» aun a costa de infiltrar a policías en sus filas. En España, en la capital, las fuerzas de seguridad se quejan de que no se las deja actuar. No están solas, a los Comités, tampoco. Así nos va.