Espejos donde no mirar

Que la sociedad ha decrecido ética, cultural, moral y socialmente, además de perder interés en la recuperación de valores integrados en dichas filosofías, parece ya una obviedad. Un ejemplo paradigmático de su decadencia es el deporte, cuyo espejo para celebrar la victoria con humildad, asumir la derrota con resignación, exhibir la nobleza como estandarte y el respeto cual obligación se han convertido en prepotencia en el triunfo, mala educación en el campo, desprecio ante un marcador adverso, picaresca en el engaño y, en resumen, el fatídico mensaje de que todo vale si se trata de ganar.

Hoy día el fútbol representa claramente este decaimiento y el Mundial en vigor su gran escaparate. Que en Argentina ya se haya comercializado el «qué miras bobo» dirigido por Leo Messi a un futbolista holandés, lo resume todo. Los ídolos rechazan engreidos su responsabilidad en el efecto mimético que producen en aficionados, sobre todo en los más jóvenes, sin excluir a los padres cuyo comportamiento en los partidos de sus vástagos origina tanta tinta y saliva sin éxito ni influencia. Y no, no todos deberíamos aspirar a ser como el astro argentino, Cristiano Ronaldo, Vinicius, Neymar….. y, ya que estamos, el denostado Luis Enrique aconsejando cenar de seis huevos. Los llantos de algunos que muestra la televisión no son por el resultado, sino por las heridas infligidas a su orgullo.

Hay que saber ganar sin humillar al perdedor y saber perder sin culpar a la fortuna, al árbitro o al empedrado. Y la FIFA debería tomar cartas en el asunto porque, cual institución reguladora, ha de velar porque sus estrellas salvaguarden y proclamen con sus actitudes el espíritu que se supone a la disciplina de cualquier deporte, sea cual sea la pornográfica cantidad de dinero que mueva. Sin dejar de requerir a los medios de comunicación, ni eludir su compromiso.