Fútbol de verdad

El fútbol de verdad no tiene nada que ver con la verdad del fútbol. Por eso he pasado de la tele y elegí el campo de Son Malferit, convertido en el teatro de los sueños del Sant Jordi que no se acabaron con su previsible derrota, el tanteo es lo de menos, sino que vivirá por siempre en la memoria de los chicos de un club modesto alguno de los cuales enfilaba el camino de los vestuarios orgulloso con la camiseta sudada que alguno de los adversarios les regalaba sin intercambio.

La verdad que el fútbol no encuentra estaba en el campo del Hospitalet donde el Mallorca exponía sus mentiras. O en aquel otro donde el Real Oviedo paseaba sus vergüenzas. El de verdad, aquel en el que los protagonistas entrenan tres o cuatro días a la semana sin ver un solo euro en toda la temporada, que se pagan la gasolina de sus coches sea donde sea la convocatoria. El mismo de una grada entregada a una causa que reconocen imposible y que ovacionan a un contrario que se ha lesionado de cierta gravedad cuando abandona el terreno de juego en brazos de sus asistentes. Aquel en que el árbitro se guarda las tarjetas y explica sus decisiones, sin proteger al poderoso y didáctico con el más débil.

No estuve en Inca en el choque del Constancia frente al Girona, pero por lo que he leído y me han contado, el alma del fútbol sobrevoló el espacio por donde flotaban los espíritus de Corró, Tugores, Ledo, Más, Bezares, Nicolau, Vaquer, Llompart, Vicens y tantos otros.

Las luces de los grandes estadios se encienden por la noche para alejar los fantasmas. El campo municipal de Sant Jordi declarado indigno para albergar el camión de realización de los operadores de televisión, no necesita focos, ni farolas, pero no está a oscuras porque desprende la claridad de su propia esencia, la de la verdad que alguna vez existió y de la que solamente quedan sus guardianes……sin cobrar nada.