La perversión del VAR
El VAR ha venido para quedarse, no lo duden. Los árbitros de primera división que perciben 4.000 euros por partido, salario mensual aparte, cobran 2.000 por asistencia en cabina y algunos de los retirados por edad o descendidos de categoría se refugian ante la pantalla donde revisan uno, dos o tres encuentros semanales. Saquen sus números.
Emolumentos a un lado, lejos de mejorar el juego, ya que espectáculo hace tiempo ha dejado de serlo, se ha instalado la perversión. Más interrupciones, algunas de larga duración, interpretación de jugadas, privilegio exclusivo del colegiado en el campo y normas imprecisas que avalan cualquier decisión como justificación o parapeto de quienes la toman.
Tomemos como ejemplo el gol anulado al Mallorca el viernes contra el Cádiz, en el minuto 96, por obra de Kang-in Lee que hubiera sido el segundo de su equipo. Los catedráticos de reglamento se apresuraron a aclarar que, al estar adelantado el portero visitante, solo queda un jugador de amarillo, por lo que el coreano incurría en fuera de juego. Y sería verdad de no mediar que al recibir el balón se halla todavía en su propia mitad de terreno. Y aquí es donde entra la manipulación de la regla según la cual cae en posición antirreglamentaria si se halla más adelantada «cualquier parte del cuerpo con la que se pueda rematar o jugar el balón». Les invito a reproducir el vídeo. Lo único del jugador que rebasa la línea central es un brazo, extremidad con la que obviamente se comete falta. Mirando con lupa, un poco de pelo. Puede ser. ¿De verdad esto es «offside»?.
La tecnología roza la perfección y hasta asumimos que puede llegar a ser perfecta. El problema es que la maneja el hombre, intervención a partir de la cual caben todas las imperfecciones.