Mal árbitro, peor dirigente

El mundo gira y gira, pero es más pequeño de lo que imaginamos. A vueltas con el caso Enríquez Negreira he recordado su actuación en el partido de vuelta de Copa del Rey entre el Mallorca y el Sevilla, disputado en el Lluis Sijar el 8 de enero de 1986. Un gol de Orejuela llevó a la prórroga y aunque con dos jugadores menos, expulsados Hassan y Mantilla, cayó en la tanda de penaltis.

El árbitro catalán tuvo que salir escoltado por la policía y abandonar el estadio por la puerta que da a la calle Goethe, es decir el portón que todavía se mantiene en pié y cuya conservación reclaman los mallorquinistas al Ajuntament. Esto más de una hora después de haber finalizado el encuentro, tiempo en el que, por las escaleras que conducían a la sala de prensa, oficinas y comunicaban con los vestuarios, tuve la ocasión de charlar con el delegado andaluz que, ni corto ni perezoso me confesó: «ha sido un desastre, pero le prometo que nosotros no le hemos comprado».

Anécdota aparte me pregunto si el hecho de que sus relaciones comerciales con el Barça hayan trascendido ahora se debe a que, en efecto, cualquier irregularidad ha prescrito desde el año 2021 por lo que se refiere a la posibilidad de una sanción deportiva. No la puede haber aunque estemos convencidos de que tampoco la hubieran aplicado. El Gobierno no tuvo narices de descender administrativamente al Celta y el Sevilla en su momento, ni tampoco los tendría ahora y menos con el club blaugrana.

Javier Tebas, presidente de la Liga, se ha apresurado a aclararlo, por si acaso. Mientras Rubiales, el de la Federación, pide información a los interesados, el club de los señores Roures y Laporta y el Comité de Arbitros dirigido por el andaluz Luis Medina Cantalejo. ¿Qué espera que le digan?. Unos no saben nada del período entre 206 y 2018 y los otros, naturalmente, siempre han sido la reserva espiritual de Occidente. Se podrá trasladar a la vía penal, pero a ver quién es el guapo que formula la denuncia y dentro de cuántos años se dicta sentencia. Si es que se admite, claro.