No digan que no avisé

Me pasé la semana lanzando la voz de alerta ante la visita del Betis. Me callaron los amantes de la Copa y demás vendedores de humo como si Raillo tuviera algo que ver con Miguel Angel Nadal, Sergi Darder con Ibagaza, Larin con Etoo, Pandiani con Abdón y Llabrés, aun, con Riera. Nostálgicos de aquel mes de junio de 2003 a título de coartada para desviar la atención de lo único importante, esa primera división que peligra más de lo que se reconoce en  público y en privado. Una semana en la que la liga desapareció de la lista de tareas pendientes.

Este equipo, esta plantilla, no da para dos competiciones. Anda justito para una y no se trata de elegir. Una cosa es lo que quiera vender Ortells, el director de fútbol que ya se ha comido el mes de enero sin refuerzo alguno -Nacho Vidal es un recambio- para satisfacción del CEO, Alfonso Diaz, árduo defensor de los dolares que le mantienen en un cargo excesivo, o el propio Javier Aguirre a quien no compramos que la derrota ante el Betis fue injusta, ni su alineación, ni su planteamiento, ni sus sustituciones y mucho menos la excusa de la ignorancia del árbitro y el VAR en la entrada, punible, de Johny sobre Samú que acabó con el portugués en el hospital. Quedaba una hora de partido, el Betis dominaba el centro del campo con superioridad numérica y, peor aún, con solo dos jugadores: Isco, en la zona de Morlanes, y Luiz Henrique, en la de Darder. Puede que los de Pellegrini, que controlaron el balón cómo, cuándo y dónde quisieron, no se hicieran acreedores de la victoria, pero el Mallorca no mereció ni siquiera el empate que tanto acaricia.

El colchón sobre el descenso pasa de cinco puntos a uno menos tras el empate del Cádiz, cuatro. Y menos mal que el Girona hizo en Vigo los deberes que dejó olvidados en Palma. El abismo está a una jornada o máximo dos. Pero la parroquia se entretiene con las maravillas del nuevo estadio, el oasis del espectáculo contra el Girona en medio del desierto de la liga, y los salva patrias americanos que maltratan a su propio público en beneficio de aficionados visitantes y restaurantes alquilados. El dinero es suyo, cierto y pueden administrarlo como quieran, también. Compraron el club, los restos del Lluis Sitjar y hasta el estadio municipal, puede que incluso el sentimiento superficial de muchos, pero no el de todos. Ni de largo.