Ahora no es el momento
Sería fácil ahora aprovechar la derrota del pasado sábado para arremeter contra la gestión del Mallorca y sus propietarios. Tan sencillo como oportunista, porque las preguntas que ahora nos podemos hacer y de hecho se plantean en ciertos foros, son las mismas que llevamos haciendo desde que Robert Sarver y sus socios aterrizaron en Palma con el beneplácito de esta parroquia valiente para crucificar a los suyos y cobarde ante los «mecenas» que llegan del otro lado del Mediterráneo o, en este caso, más lejos aún.
Y fueron los americanos quienes contrataron a Maheta Molango y este quien colocó a Javier Recio y los que han estructurado el club a medida de sus caprichos ignorando un descenso a Segunda B que les permitió despedir a decenas de trabajadores fieles y mallorquinistas para instalar a sus peones en los puestos clave. Y son dichos ejecutivos quienes han maltratado la historia, despreciado a los accionistas del Lluis Sitjar, cerrado gradas, abierto chiringuitos en una esquina del terreno de juego o una minitribuna para amiguetes, sin respetar nada ni a nadie. Si hubieran restaurado el chiqui park bajo el fondo norte tampoco habría pasado nada, un invento más de los ideados por el CEO para justificarse ante sus jefes después de haber dejado el consejo de administración sin un solo mallorquín y consolidar la etapa menos transparente de la SAD de espaldas al público y a los medios de comunicación sometidos ante el terror de perder pobres canongías en algunos casos o la cobardía ante la posibilidad de ser vetados y restringidos a la exclusiva fuente oficial encargada de editar vídeos triunfalistas de un ascenso reciente, aunque obligatorio.
Pero aun con esto y mucho más, no es el momento de convocar juicios ni dictar sentencias, entre otras cosas porque el proyecto es un fracaso en si mismo al margen de que el equipo, al que nada se puede reprochar, se mantenga o no en primera división. Y lo es porque a día de hoy y después de tres años de inconsecuencias, seguimos sin saber por ni para qué desembarcó la actual propiedad. Quizás habría que preguntárselo a Monti Galmés, «el último mohicano» que pisó las oficinas de Son Moix.