Copa no apta para conclusiones
Cada cual es muy dueño de opinar, apreciar, entender o pensar lo que quiera en relación a un partido, a un equipo y a la actuación individual de uno o más jugadores. Hacerlo basándose en un partido de Copa en el que un cuadro de primera división se enfrenta a otro de Segunda Federación, es más que un atrevimiento contra el que nada hay que decir, salvo advertir de la posible precipitación. Está bien para la afición en general puesto que, en definitiva, el fútbol admite tantos criterios como espectadores, pero en cuanto nos refiramos a algún tipo de especialización aconsejamos prudencia.
Los entrenadores llevan ventaja. Ellos ven a los futbolistas cada día y nosotros en cambio una vez a la semana. Eso no significa que nos podamos equivocar tanto unos como otros. El mismo profesional, desde el portero el último delantero, puede hacer un partidazo hoy y un desastre mañana o viceversa. La reiteración del buen o mal juego marcará la tónica de cada integrante de la plantilla que, aparte, también necesita el acierto y la solidaridad de sus compañeros para lucir más o menos.
La Copa del Rey no sirve como guía ni baremo, no solo por la diferencia de calidad y cantidad, tanto deportivas como económicas, sino por el menor índice de motivación de las escuadras profesionales, frente a sus modestísimos anfitriones. Se trata de una competición desigual por definición y mal organizada por vocación o, mejor dicho, falta de la misma. Los clubs de Segunda lo sufren al no hallar ni ellos ni sus contrincantes justificación ni aliciente. Los pequeños se aferran a la fortuna de un sorteo que les empareje con un club de la máxima categoría porque, de no ser así, tanto su participación como el torneo en si mismo carecen de sentido, sobre todo el común.