Cuatro ascensos y un funeral (Capítulo 2)

Mi segundo ascenso in situ fue en el viejo campo de Las Gaunas, en Logroño. A la sazón, 1986, llevábamos ya cuatro años con le emisora en Palma de Antena 3 Radio y a la vez era el redactor jefe de deportes de Ultima Hora. Embarqué entre ambos medios a un equipo de nueve profesionales: un técnico, un coordinador, dos fotógrafos y cinco redactores. Habíamos improvisado un estudio en una de las habitaciones del Hotel Carlton Rioja. Para animar a la tropa pacté con ellos el día anterior un almuerzo en el mítico Mesón de la Merced, en la capital riojana, a condición de que la cena iba a escote, cada uno por su cuenta. El día del partido, comida ligera y al estadio.

Las cosas no habían empezado nada bien. Koldo Aguirre (e.p.d), que había entrenado al Mallorca con poco éxito y cesado por Miguel Contestí, clamaba venganza desde el banquillo local. Llegó a acusar a José Luis Muñoz, delegado mallorquinista, de intento de soborno. Por si faltara poco, todo se decidía en aquella última jornada y los otros candidatos al ascenso estaban pendientes de lo que ocurría allí. A mayores Lotina adelantó al Logroñés y aquel inquietante 1-0 ante más de 3.000 mallorquines, que se habían desplazado en barco a Barcelona y después carretera y manta, seguía en todo lo alto del marcador cuando el tiempo agonizaba. Serra Ferrer, que había debutado como primer entrenador aquella temporada en sustitución de Benito Joanet, se la jugó, quitó a un defensa, García Jiménez, para meter a un «canterano», Puskas o «Puskitas» como le llamaban, también relevó al «Paquete» Higuera para sacar al jovencísimo Crespí. Y funcionó. Una bicicleta del primero, terminó en los pies de Magdaleno, que empató a seis minutos de los noventa y un pase del segundo, permitió a Luis García batir a Moncaleán en el 43. ¡Exito!

Había que salir en busca de protagonistas y terminé empujado bajo una ducha en el vestuario con el riesgo que comportaba micrófono en mano y los aparatos electrónicos conectados. No recuerdo ni como salí de allí. Mojado, desde luego. Pero el curro no había terminado. José María García quería a dos jugadores en su programa por la noche. La plantilla, directivos y cuerpo técnico celebraban el triunfo en el comedor del hotel, en la primera planta. No podíamos pasar. Hubo que montar una guardia en el pasillo para «secuestrar» en el momento oportuno a dos jugadores y subirlos al dormitorio-estudio. A medianoche teníamos preparados a Higuera y Magdaleno, a quienes tuvimos esperando pacientemente porque estaba en antena Schuster y no nos dieron un breve paso hasta casi la una y media de la madrugada. Recogida de bártulos y a buscar un domingo de madrugada por toda la ciudad un lugar, el que fuera, donde conseguir un sandwich que nos serviría a la vez de desayuno porque a las cinco había que subir al autocar para llegar al aeropuerto de Vitoria y tomar el avión que despegaba a las ocho de la mañana. Valía la pena por un trabajo bien hecho.