De cocinero a fraile

El Mallorca fue el trampolín que le permitió a Germán Burgos, el «Mono», saltar al fútbol español. Llegó a los 30 años para suplir la baja de Carlos Roa, que se había retirado voluntariamente para regresar a Argentina y esperar allí el «fin del mundo» según anunciaban los discípulos de la Iglesia Adventista del Séptimo Dia que aprovechaban su filiación mallorquinista para repartir octavillas de su fe por los aledaños del Lluis Sitjar. No había mejor sustituto porque ambos competían por ocupar la plaza de primer portero de la Selección Albiceleste. Y particularmente a mi no me defraudó. Si, era un poco extragavante, le gustaba el rock duro, tocaba en un grupo que había editado un disco y no era políticamente correcto.

Recuerdo un entrenamiento en el estadio Luis II, del Mónaco, en vìsperas de un partido de ida contra el equipo local, el de los Trezeguet, el «Muñeco» Gallardo, Thuram y Barthez entre otros. Allí detrás de una portería aguardábamos algunos colegas para asistir a la rueda de prensa posterior cuando se perdió un balón a nuestra altura y vino él a buscarlo en el momento en que un compañero que iba de «Valdano» lo golpeó para devolverlo al terreno de juego. El cancerbero no dudó en exclamar en un arranque de sinceridad: «da gracias a dios de que sos periodista, porque con el fútbol no te hubieras ganado la vida».

El paso del tiempo me ha hecho meditar sobre la endeble huella que dejó en Palma en comparación con otros jugadores menos eficaces, nada comprometidos y mejor tratados. No olvidaré su enorme actuación en el campo del Ajax, donde nunca había ganado ningún equipo español, que fue derrotado 0-1 mediante un gran gol de Diego Tristán si mal no recuerdo. En fin, ahora que a sus 51 abriles y todavía muy joven pese a tener que superar un cáncer años atrás ha decidido desligarse del Atlético de Madrid, donde jugó tres temporadas después de dejar al Mallorca, para seguir en solitario su carrera de entrenador, se me ocurrido cómo y por qué fue cribado por Fernando Vázquez, de manera harto injusta y en favor de Leo Franco.

Sucedió en el campo de Montjuich. Milagrosamente el conjunto balear iba ganando avanzada la segunda parte, pero el acoso blanquiazul se había hecho irresistible. Había que parar aquello de alguna forma y a la salida del enésimo saque de esquina en contra, el «Mono» propinó un invisible puñetazo en la barbilla de Serrano, a la sazón delantero centro local. No lo apreció el árbitro, Megía Dávila hoy delegado del Real Madrid, que no pitó falta ni amonestó al guardameta, pero el traslado del lesionado al hospital motivó a los dirigentes periquitos a formular una denuncia ante el Comité de Competición que, con las imágenes de televisión como testigo, le sancionaron con once partidos de suspensión. El técnico de Castrofeito ya no le volvió a alinear más en liga.

¡Que ta vaya bonito!, viejo amigo.