Dejen descansar al fútbol

Los chicos y chicas de mi generación aun teníamos clase los sábados por la mañana. Por eso, aunque no fuera cierto, nos aferrábamos a aquel refrán que rezaba «no hay sábado sin sol», soslayando por razones de edad la coletilla que seguía «ni doncella sin amor». Lo que no hay ahora es un solo día sin fútbol lo que, por mucho que nos guste, llega a cansar de verdad.

No es por rendirnos a las tradiciones que, en cualquier caso, todas son respetables, pero hay espectáculos que fuera del fin de semana no son nada. Las jornadas de selecciones resultan tan desabridas como las corridas de toros nocturnas: una tontería que no alcanza siquiera la categoría de modernidad. Para los amantes de la tauromaquia que se tengan como tales, claro.

Inventen lo que se les pase por la cabeza a los sesudos de la Liga de Fútbol Profesional, la extensión horaria de cada jornada, desde el viernes al lunes por la noche, no cuela ni aunque Yolanda Díaz, la ministra de no sé qué ramo, consiga cerrar la semana laboral los jueves. El fútbol no solamente vive de los aficionados que van al campo, ni tampoco de sus tele espectadores porque, fuera de ambos ámbitos, se da una mayoría silenciosa ávida de conocer los resultados y que les cuenten las incidencias ocurridas en cada estadio.

No hay red social que sea capaz de sustituir a los carruseles radiofónicos presentes en los receptores de taxis, taquillas de cines,  salas de teatro  y los «transistores» pegados a las orejas del público en las gradas. O de lo las voces de Juan de Toro, Antonio de Rojo, Pepe Bermejo, Juan Tribuna, Chencho, Manuel Domínguez o, en tiempos más recientes, Daniel Llagüerri, Paco García Caridad, Pepe Gutiérrez y la exclamación entre Pepe Domingo Castaño y Jorge Armenteros: «¡Pepe, un purito!». Créanlo o no, aquel espectáculo sonoro creó más afición que las imágenes de un señor gritando como un descosido el «¡gooooool!» que acabamos de ver en pantalla y cuya euforia nos repatea si ha marcado el equipo contrario al nuestro.

Si «los tiempos cambian que es una barbaridad» cantan en La Verbena de la Paloma, la zarzuela de Tomás Bretón, pero no siempre para bien. El presente texto no es una llamada a la nostalgia, ni a «cualquier tiempo pasado fue mejor». En todo caso una reflexión para que nos dejen descansar entre semana, a los futbolistas también, y nos convoquen sábados y domingos hasta que se acaben la liga y la Copa. Después si la Fifa quiere selecciones, que se apañe dos meses consecutivos con ellas, porque está muy bien pretender que los Gobiernos no se inmiscuyan en las federaciones, cuando la institución que las aglutina a todas interfiere dónde, cómo y cuándo le da la real gana.