Del «fútbol rosa» al «fútbol gore»
A principios de siglo, creo que allá por el 2003, Javier Irureta, que jugó en el Real Unión, el Atlético y el Athletic y entrenó al Sestao, Logroñés, Oviedo, Racing, Athletic, Real Sociedad, Deportivo, Betis y Zaragoza, en cuyo banquillo se retiró hace 15 años, llamó la atención en el transcurso de une rueda de prensa en Riazor sobre lo que calificó como «fútbol rosa». Los futbolistas habían pasado de las portadas de los diarios deportivos a las de las revistas de papel «couché» y de mostrar vídeos de sus goles a enseñar los salones, jardines o piscinas de sus moradas. Era el principio del cambio, el que advertía la transferencia del espectáculo sobre el terreno de juego a escenarios de televisión, la antesala del negocio.
Tres lustros después, la profecía se ha materializado. Lo que entretiene al personal es el rumor de separación entre Sergio Ramos y Pilar Rubio, sea cierto o no, los andares, docuserie incluida, de la pareja de Cristiano Ronaldo, el juicio de Dani Alves por una presunta violación, las andanzas de Piqué con o sin Shakira, si la hija de Pep Guardiola se cotiza como modelo, en qué partido político milita Carvajal, el programa de Joaquín, la boda de Marco Asensio y así una tras otra noticia que nada tiene que ver con lo que, como recordaba Cruyff, está en el campo.
Te vas a las cabeceras clásicas y te encuentras con las series de Netflix, los chollos de Amazon, los ligues de First Dates o las poses en paños menores de la acompañante de tal o cual jugador. ¡Con lo que criticábamos en tiempos las contraportadas con las chicas del «As» en bikini!. Y lo siento por el añorado astro holandés porque lo que ocurre en el césped no solo ha dejado de ser fundamental, sino que tampoco es lo más importante. Se construyen grandes estadios para albergar conciertos multitudinarios, restaurantes de postín o centros comerciales. La pequeña pantalla aleja a los espectadores de las gradas, los partidos abandonan sus emplazamientos para complacer al público de Miami o los países árabes. Mientras tanto la información independiente y libre pierde la batalla ante los gabinetes de comunicación, las ruedas de prensa sin preguntas y hasta las fotos e imágenes facilitadas desde los clubs o las instituciones. Hemos pasado de elegir a los protagonistas de mayor interés para nuestros lectores, oyentes o televidentes a mendigar una entrevista o, sencillamente, tres palabras con censura previa. Si no es el principio del fin, se parece mucho.