Djokovic ha regresado

He practicado deporte durante toda mi vida, lo cual no me convierte en especialista ni doctor en ninguno de ellos. Si en un alumno constante dedicado a aprender las enseñanzas que recibo. Durante mi bachiller formé parte del equipo de mi colegio, San Francisco, en campeonatos escolares de fútbol (delantero) y balonmano (portero). Luego sustituí a mi profesor de gimnasia como «entrenador» de un equipo de infantiles que la propia escuela federó, el Ophiusa. Debería añadir que no destaqué en ninguna de tales funciones, si bien proclamo que ya es bastante más de lo que han hecho algunos de mis colegas.

Luego, ya en plena vida laboral que comencé a los 17 años en Radio Juventud, seguí jugando al fútbol, aunque no fué hasta los 26 años en que fundé un equipo de empresa con compañeros y amigos de Ultima Hora. Lo dejé a los 37 más o menos, cuando intensifiqué mis pachangas de tenis con amigos y familiares o, actualmente, de pádel. Y en este punto he de reconocer que, mientras que en desarrollo de mi profesión periodística hubo quienes me enseñaron a ver el fútbol -Saso, Forneris, Oviedo, Serra Ferrer, Luis Aragonés- no puedo esgrimir el menor argumento capaz de sostener mis opiniones por lo que se refiere a los deportes de pala o raqueta por mucho que me gusten.

Sirva el preámbulo para aclarar que poco puedo escribir sobre la apasionante semifinal de Wimbledon disputada por Rafa Nadal y Djokovic, con victoria de este último. No sé si falló uno más que el otro o el vencedor acertó por encima del derrotado. Pero, juego aparte, el mundo del tenis debe celebrar al regreso del serbio a la gran competición. Su baja, unida a las de Murray, la larga ausencia de Del Potro, etc, habían dejado las pistas como un verdadero orfanato, limitadas al mandato histórico de Federer y las puntuales genialidades del manacorí. Los dos más grandes se estaban quedando sin sucesión y más allá de la contrariedad por la derrota del mallorquín, el regreso de Nole es una buena noticia.