El dinero mató el espíritu del deporte

Cuando Luis Aragonés decía que «el fútbol es un juego de pillos (listos)» se refería a la picaresca de ciertas acciones, por otro lado nada ejemplares, en el terreno de juego. Sin embargo la creciente pérdida de valores, más acusada en unos países que otros, ha trasladado a ámbitos ajenos al césped lo peor de algunos comportamientos violentos. Las hordas de aficionados invaden ciudades y pueblos, destrozan mobiliario urbano a su paso y se enfrentan en duras batallas callejeras que nada tienen que ver con lo que se supone debería ser el espíritu de cualquier deporte.

A tal realidad no se puede contraponer una disciplina individual como el tenis, del que Toni Nadal concretó «no veo tanto mérito a la habilidad de pasar una bola por encima de una red», que hace tiempo perdió su imagen de caballerosidad y educación. Es más fácil que se escape un mal gesto entre once protagonistas que la salida de tono de un solo individuo. Su decadencia como paradigma de las buenas formas comenzó antes del libertinaje de sus equipajes, más dignos de ser lucidos en una playa que en una cancha de tierra, hierba o cualquier material sintético. Acordémonos de los exabruptos de McEnroe, fijémonos en la mayoría de partidas de Kirgyos, ciertos desmanes de Djokovic, menosprecios a los recoge pelotas, puñitos fuera para los rivales como un «chúpate esta» o amenaza psicológica, por no afear al público, dicen que siempre soberano, sus aplausos ante el error no forzado de uno de los contendientes.

Una vez más insisto en remitirles a la lección de vida que el premio Nobel de Literatura, Albert Camus, que jugó de portero en sus años mozos, aprendió del fútbol. Ya lo he escrito muchas veces. Pero hoy, ni siquiera del tenis puede uno recibir clases de buenos modales. En USA ya no se habla de deporte, sino de industria, sea la del «soccer» o el «baseball».