El fútbol no es cosa de virus
No, el fútbol no puede ni permanecerá ajeno a las consecuencias, lecciones en cierto modo, de la pandemia. La FIFA se ha quedado a las puertas de imponer reformas importantes como rebajar el porcentaje que los gastos de personal generan en el balance de los clubs, limitar las comisiones de los representantes o impedir un excesivo tráfico de cesiones de equipo a equipo aunque conviene no reconocer que muchos futbolistas no pertenecen realmente a estos, sino que dependen directamente de sus agentes algunos de los cuales figuran en el accionariado de Sociedades Anónimas Deportivas.
De otro lado, desde los tiempos de Havelange a los actuales de Infantino, la institución que algo inexplicablemente dirige el cotarro internacional del evento, especifica en su reglamento la prohibición de acudir a los tribunales ordinarios para dirimir conflictos de todo orden, incluso los laborales entre club-empresa y futbolista-trabajador. Es notorio que incluso han amenazado con la expulsión a distintas federaciones por tomar medidas contrarias a las normas impuestas desde Suiza. Pero la ley Bossman ya terminó con este abuso y en relación a la problemática actual, el técnico del Eibar, José Luis Mendilibar, ha puesto el dedo en la llaga al afirmar que: «no creo que ni la FIFA ni la UEFA tengan la menor legitimidad para prolongar o no el contrato de cualquier futbolista con su club respectivo».
Mientras la RFEF, la LFP y la AFE intentan reflotar las competiciones mediante cualquier idea u ocurrencia estrambótica, los profesionales en calidad de cedidos o aquellos que terminan su relación el 30 de junio, quedarán libres o regresarán a sus equipos de origen. La última idea, cómo no galáctica, parte de la posibilidad de reducir los 90 minutos de juego y practicar un test PCR, los fiables, diario a cada futbolista. ¿Y los demás colectivos qué?, ¿de campo?. ¡Por favor!, hay situaciones que demandan un mínimo de seriedad y esta, sin duda, es una de ellas.