El Mallorca, club vendedor
Cuentan que Peter Lim, el denostado dueño del Valencia, afeó a su director general unas pérdidas en torno a los 200 millones de euros. El acusado negó la evidencia ante sus inquisidores para hacerles ver que el valor de la plantilla, que rozaba los 300 millones, compensaba el balance. El propietario rectificó de inmediato:
-Perdone, señor, pero si no la vendemos no vale absolutamente nada.
El Mallorca, lamentablemente, es un club vendedor y mientras lo sea, en tanto en cuanto necesite vender para equilibrar sus presupuestos, no puede hablar ni de futuro, ni de proyecto. La realidad impone que los derechos audiovisuales, los abonos, los ingresos por taquilla o publicidad, la venta de palcos vip, el alquiler del restaurante o incluso del estadio para conciertos musicales el próximo verano, no suman lo suficiente para cerrar sus balances con beneficios. De ahí que sus ofertas para renovar a sus principales jugadores siempre sean a la baja, que las inversiones en fichajes vayan por debajo de las ventas en los traspasos. Y, créanme, de lo único que entienden los americanos de referencia, es de números. Vinieron a por ellos y se irán por ellos mismos.
Las salidas de Kang in Lee, Rajkovic, Gio, la no renovación de Valjent y el ruido en torno a las ofertas por Muriqi o cualquier otro futbolista que destaque un poco, reflejan con meridiana claridad la política de los propietarios y, de paso, la posición de la sociedad mallorquina al respecto. Por muchos seguidores que se abonen, comunicados de nuevos patrocinadores, obras y subvenciones que se pregonen, las cuentas no salen. Por eso lo único que se cuida en Son Bibiloni es el césped y el inmovilizado, pero no la calidad y atención que precisa el fútbol formativo.
Se irá el central eslovaco y todo cuanto jugador se convierta en objeto de interés ajeno, pero conformar un vestuario definido y firme a años vista no solamente no entra en los planes de la propiedad, sino que no puede ser y, además, es imposible.