Herencia sin herederos

En cierta ocasión le pregunté a Vicente Engonga cuándo un deportista, en su caso futbolista, sabe que le ha llegado el momento de retirarse. «No te retira la edad, me dijo, sino la velocidad» y no se refería a la de las piernas, sino a la mental. Es decir cuando uno se da cuenta de que no piensa con la misma rapidez que lo hacía, debe tomar esa decisión.

Roger Federer perdió ayer en tres «tie breaks», posiblemente injustos una final de Wimbledon que para mucha gente habría merecido ganar. De hecho sumó más juegos que Djokovic, pero el deporte no entiende siempre de justicia, ni siquiera de merecimientos. En mi muy humilde y nada apreciable opinión, al suizo se le fue el partido en unas pocas bolas en las que su cabeza fue más lenta de lo que era. Pero que le quiten lo bailado.

El tradicional torneo londinense, benditas costumbres, ha demostrado que lo que el serbio, su rival y Rafa han dejado y aun regalan al mundo del tenis es impagable. Si la semifinal disputada por Nadal el viernes fue un espectáculo del más alto nivel, el cierre del torneo ha igualado en emoción y calidad al de 2009. Lo lamentable es que los tres peldaños del podio, ocupados por profesionales de 39, 33 y 32 años, no tienen joven que los reclame. Superada la treintena no somos capaces de adivinar quién puede aspirar a la sucesión. Zverev, Thiem, ………no llegan a la suela de las deportivas que luce el triumvirato. Y puede que aun tengan que pasar varios años y bastantes torneos antes de que surja algún príncipe capaz de destronar a alguno de los tres reyes.