Insultos e insultitos

Como si no rearbitraran lo bastante desde el VAR, ahora también lo hacen desde el Comité de Competición en cuya sala alguien también decide sobre la intención de una falta castigada con tarjeta roja. Y ¿quién se queja?: el Real Madrid, cómo no. Esta vez porque le han levantado a Antony, jugador del Betis, la expulsión de la que fue objeto en Getafe y los de Ancelotti visitan el Benito Villamarín el próximo fin de semana.

No hay ninguna protesta porque el actualmente considerado número uno del arbitraje español, el murciano Sánchez Martínez, parara el partido de Copa en San Sebastián por insultos a Asencio y Vinicius. Me repugnan quienes por pagar una entrada a un estadio se creen con derecho a hacer y decir cuanto les venga en gana. Los peores aquellos que lanzan objetos y después los que, en lugar de apoyar a su equipo, expresan su odio al contrincante; una manera como cualquier otra de escupir sus propias frustraciones.

Dicho esto, no me parece que haya que parar un encuentro y reflejar en un acta que a un futbolista determinado que, además y precisamente, no se distingue por su deportividad ni caballerosidad, le hayan gritado «balón de playa». No veo el menor atisbo de racismo en la expresión sea cual sea el color de piel de su destinatario.

En cuanto a los insultos me causa una gran extrañeza que no los puedan soportar los jugadores aun sin tener por qué, y sin embargo no ocurra nada por los que, mucho más graves, groseros y ofensivos, reciben los árbitros a cuyas madres deberíamos beatificar por naturaleza.

Hace un montón de años y en el viejo Lluis Sitjar la grada se mostraba enfurecida con un trencilla que, decían, perjudicaba al Mallorca en cada una de sus decisiones. Se distinguía especialmente un espectador que empezó por lo más suave, -«imbécil», «idiota», «analfabeto»…..- y fue subiendo de tono hasta «maricón», «cabronazo», «hijo de…..», «cornudo», mientras su enfado aumentaba por segundos. Ya en pie y colorado de ira se retorcía buscando el exabrupto mayúsculo hasta que casi sin aire en los pulmones soltó: «¡valenciano!» y se quedó tan ancho. No sé si el Comité lo consideraría a día de hoy una ofensa aunque el autor pretendía ofender. Pero no ofende quien quiere, sino quien puede y  solamente causó la hilaridad de sus compañeros de localidad.

Hay energúmenos en todos los campos de fútbol. Muchos empiezan de niños y también encontramos a muchos padres, pero en mi modesta e inútil opinión sacamos las cosas de quicio y de contexto. Todo se reduce a exigir a quien corresponda un poco más de educación, urbanismo y respeto por mucho que en el centro de la diana siempre y no casualmente estén los mismos.