La Copa y las copas, después del Celta

El Mallorca se ha clasificado para los octavos de final de la Copa del Rey, soy abstemio pese al título del 2003, con más efectividad que brillantez. Mejor. Lo contrario no dio resultado en el Santiago Bernabéu. No me pidan que saque conclusiones respecto a actuaciones individuales de algunos jugadores porque tanto los rivales eliminados como la competición en si misma, las vetan. El sorteo de este lunes al filo del mediodía no me despierta el menor entusiasmo. Bastante tenemos con estar en lo que hay que estar: la liga o, en concreto, la permanencia en primera división.

Aun reconociendo la necesaria reforma del estadio municipal de Son Moix, forzada por la hipoteca suscrita con el fondo CVC a través de la Liga de Fútbol Profesional, la renovada construcción pétrea y decorativa, bella y adaptada a la modernidad, no nos aconseja apreciar el envoltorio e ignorar su contenido: el terreno de juego y lo que ocurre en él.

Dejemos el patio de butacas y centrémonos en el escenario. Es más, si yo fuera el presidente, el dueño, el accionista mayoritario o siquiera el bien pagado CEO, dejaría los festejos para después del partido del sábado. Las celebraciones anticipadas traen mala suerte, pregunten a Nuñez Feijóo sin ir más lejos, y aunque a uno tampoco le gusten ni en último lugar, quedarse con un banquete en el Presuntuoso, el fuego de los «dimonis» y que los puntos se los lleve el Celta convertiría el sarao en un inquietante acto fúnebre.