La gran coalición

Más allá de las astracanadas de Podemos, cuya efervescencia, que no emergencia, es inseparable del auge de los populismos propios de las situaciones de crisis, los políticos españoles se empeñan en probar su incapacidad y, sobre todo, su egoismo, día tras día.
La propuesta de la «gran coalición» propuesta por Mariano Rajoy se antoja la más razonable para dotar a España de un gobierno estable vistas las consecuencias fatales de este «impasse» impresentable construido sobre la base de unos pactos menos confesables aún porque, no lo olvidemos, si lo que trasciende aterra, lo que no se hace público infundiría pánico.
El problema, como siempre, está en las personas. La trampa del tripartito que ha puesto sobre la mesa el PP es que tenga que presidirlo su candidato, nada dispuesto a sacrificarse por el bien del Estado y de la Nación. Pero lo mismo sucede con Pedro Sánchez, empeñado en ser presidente contra natura a costa de aliarse con el mismísimo diablo si fuera preciso.
Y España no está para unas nuevas elecciones, probablemente irremediables, ni por la labor de que sea fulanito o zutanito quien presida el próximo y tardío Gobierno. La voluntad de servicio, como el movimiento, se demuestra andando y no con personalismos infantiles, absurdos y caducos.