Los clubs son de sus aficionados

Durante el partido del Valencia contra el Alavés, todo Mestalla se encaró con la Propiedad. Gritos de «Cañizares, Cañizares» que al presidente Anyl Murthi le dejaron de hacer gracia cuando cambió la letra: «Peter vete ya, Peter vete ya». La tienes que liar muy gorda para que los «fans» que te alimentan te quieran echar del pisito que te acabas de comprar. Mateu Alemany, dos asientos a la izquierda del subjefe, sonríe para sus adentros en una expresión solo perceptible para quienes le conocemos.

El dinero no lo puede todo. Casi todo si; pero todo todo, no. Los fondos de inversión han entrado a saco en el negocio del fútbol. El magnate de Singapur en la ciudad del Turia, Carlos Slim en Oviedo, no sé que millonario chino en el Espanyol y creo que otro en el Granada. Es el fútbol de hoy, el que le gusta a Javier Tebas y el que Villar quiso evitar. Así ha terminado. La FIFA también quiere prohibir el desembarco de las sociedades financieras con ánimo de lucro, pero es díficil que lo consiga.

Y Robert Sarver, en el Mallorca. En efecto, las acciones de cualquier club están a la venta, en Inglaterra ya hace muchos años. Sin embargo lo que no entienden los nuevos inversores es que los sentimientos no están en venta. Ya se lo dijo el doctor Beltrán, ¿por dónde andará?, en el infame acto de celebración del Centenario con el que Utz Claassen quiso oficiar su funeral. Y esto es lo que acaba de suceder al otro lado del charco. Pueden echar a los espectadores de los estadios, quitarse de encima a la prensa, crear sus propias vías de comunicación, inundar las redes sociales de auto bombo, pero no tienen el poder y eso es lo que les quema y corroe, pero nunca lo tendrán.