Mallorquinismo inconexo

Posiblemente una de las cosas que aleja al Mallorca de su afición es la opacidad impuesta por sus accionistas y gestores abre una profunda zanja entre ambos cada vez más apreciable. No hablo ya de la filtración interesada o no de posibles fichajes en cuyas noticias también juegan sus agentes o intermediarios y no siempre limpio. Me refiero al mensaje inconcreto que ni se transmite ni cala. Me atrevería a decir que el mallorquinismo sobrevive exclusivamente alimentado de sentimiento, pero sin demasiadas convicciones.

No digo yo que las reuniones del consejo de administración tengan que ser a puerta abierta o, como en los tiempos de Utz Claassen y su acólito Michael Blum con un teléfono móvil abierto en medio de la masa para transmitir la jugada a los periodistas afines, pero de eso a que se llevan a cabo por video conferencia, se desconozca el orden del día y no se siente un solo nativo media más de un abismo, todo un océano.

La línea plana en la gráfica del número de abonados, el evidente rechazo social que genera Maheta Molango debido a su mala relación con las penyes, la limpieza de trabajadores de la casa que se llevó a cabo el año pasado y la leve neblina que enmarca las principales señas de identidad, más allá de la lejanía geográfica y empática de los dueños, entorpecen la simbiosis de ese entorno imprescindible que se difumina en medio de un mar de dudas y desconfianza. Iniciativas como la del «chill out» o los tickets a la venta para departir con el entrenador al final de los partidos no pasan de ser experimentos fallidos sin paralelismo alguno con los deseos de la mayoría, menos dada al postureo y más a los hechos.