Normalizar la norma

Que haya profesionales, sean entrenadores, técnicos o futbolistas, que se manifiesten perjudicados por el VAR me parece otra de las tonterías que siembran los campos de fútbol, semillas que se generan en no pocos despachos, se riegan en las gradas y las redes sociales y germinan sobre el césped.

Que se aplique mal es una cosa o, mejor dicho, cuando no debe intervenir, pero otra es poner en duda lo que la imagen muestra con evidente claridad. Pero reconozcamos que el abono proviene de las ganas de intervencionismo de los encargados de revisar las jugadas.

En contra de lo que se ha inventado el Comité de Arbitros al colocar en cabina a descendidos de primera y segunda división que, digo yo, no habrán bajado por sus buenas actuaciones, siempre he sido partidario de crear un cuerpo específico de especialistas bien imbuidos del reglamento y de las normas aplicables. Es más, dadas las circunstancias y para evitar complicidades creo que no se debería hacer pública la identidad del colegiado de VAR.

La tecnología, contra la que no pocos estuvieron inicialmente en contra, se adoptó en primer lugar para evitar los llamados goles fantasma, un alter ego del ojo de halcón para determinar si el balón sobrepasa o no la línea de meta. Luego ya se pasó a los «offside», penaltis y expulsiones, pero con una premisa que nadie respeta, ni los que pitan en el campo ni los que activan el vídeo: corregir un error manifiesto del árbitro. No se discute si su criterio ha sido o no el adecuado, sino que le haya pasado por alto una acción antirreglamentaria clamorosa. Un principio que no se respeta porque aquí se repiten todos los goles, los fueras de jugo por una uña o la punta de la nariz y hasta si tres jugadas antes un jugador se ataba la bota dentro del campo.

De eso a afirmar que el VAR ayuda o desfavorece a algún contendiente media un abismo o riza el rizo de un cabezudo.