Perdiendo el norte

Las ayudas institucionales a clubs de fútbol siempre han sido fuente de polémica, pero si al menos hubo un tiempo en el que pasaban por ser entidades deportivas sin ánimo de lucro -El Real Madrid, el Barça, el Athletic y el Osasuna aun lo son- parece menos racional apoyar a empresas privadas que, además y en el caso del Mallorca y el Atlético Balerares, se hallan en manos de accionistas extranjeros. Ni siquiera comunitarios en el primero de los casos.

La repercusión social a la que se alude desde el Ajuntament de Palma para justificar la autorización de construir una residencia en Son Bibiloni es un argumento a medida para ridiculizar los informes negativos de los técnicos. Lo malo de la política es que personas con conocimientos muy inferiores a los profesionales de cada ramo, a veces incluso precarios, toman decisiones por encima de los mismos. El corazón atiende razones que la razón no entiende. Eso está muy bien para el día de los enamorados, pero no explica que 400.000 ciudadanos tengan que correr con el gasto que genera la afición de 15.000 en el mejor de los casos o de un millar en el peor.

Si Robert Sarver quiere edificar un hotel donde alojar a jóvenes promesas está en su derecho, pero no tenemos por qué ser a costa del interés general de todos los mallorquines que, a su vez, tampoco tienen por qué sufragar con sus impuestos el césped del Estadio Balear. En su ambicioso proyecto de las torres de SonMoix, Vicenç Grande ofrecía al menos la cesión de algunas escuelas infantiles y otros beneficios e instalaciones para la Ciudad. Casi le linchan en la Plaza de Cort. ¿Qué ha cambiado?. ¿La inserción social del club  ahora es más profunda que antaño?.

No es menos cierto que después de conceder nuevos usos a la Academia de Rafa Nadal, cualquiera niega nada a quien lo pida, aunque también se me ocurren algunas diferencias.