Primera división, objetivo irrenunciable

Mientras Raillo se queja porque no le han dejado irse a Inglaterra a cambio de dos  millones de euros, el Mallorca vende al Real Madrid por algo más de uno a dos sub 18, Pablo Ramón y Sintes. Lo valiente no quita lo cortés.

Maheta Molango se ha enfrentado a una disyuntiva. Vender a dos de 18 para quedarse a uno de 29 carece de toda lógica, pero por otra parte la necesidad por mejorar los ingresos ya puesta de manifiesto en las ventas de Brandon, tres millones y Montiel, dos, se contrapone a la urgencia, se reconozca o no, de ascender a primera división una vez conocidas las cuentas del club al 30 de junio del 2018 que se mantenían celosamente ocultas desde dos años antes.

En efecto, si no logra dar el salto de categoría, la SAD mallorquinista entraría nuevamente en causa legal de disolución que ya tuvo que sortear en el 2017 con una ampliación de capital de diez millones de euros. De ahí que se haya resistido a prescindir del defensa central que, sin ser nada del otro mundo ni mucho menos, constituye un eslabón fundamental para Vicente Moreno otro que, se diga lo que se diga, estaría en disposición de cambiar de aires en cuanto reciba una propuesta más apetitosa y clara. Así, como quien no quiere la cosa, lo dejó caer hace poco en una entrevista publicada en DM.

La inyección de alrededor de 40 millones procedentes de La Liga de Fútbol Profesional que supondrían sus ingresos por derechos de televisión en caso de ascenso, constituyen la única y más inmediata solución para el negocio inversor de Robert Sarver en el fútbol europeo. Recordemos que el Mallorca no fue su primera opción y que, además de los veinte “kilos” y medio que le costó el capricho y los diez referidos en el párrafo anterior, cada uno de sus ejercicios se ha cerrado con ocho, cinco, tres y ahora una previsión de casi cuatro millones de pérdidas. 50 millones son muchos para no concretar un proyecto que no logra superar la barrera del miedo. Se diría que lo que Robert Sarver y sus socios meten por un lado, su ejecutor, el CEO suizo, lo tira por el otro. Y eso, que ya de por si resulta difícil de entender, terminaría por estallar en alguna dirección.