Venta, liquidación o remate
Invertir no es gastar, ni gastar es tirar. Esto último es lo que ha hecho Ingo Volkmann en el Atlético Baleares, aunque cada cual se compra con su dinero el juguete que quiere, tiene derecho a usarlo como le dé la gana o quemarlo en un barreño si le apetece. Nada que objetar, pero pena tampoco ninguna.
El fracaso del eterno proyecto blanquiazul tiene muchos nombres y apellidos. Tantos como los de aquellos que han apostado en el tablero de la notoriedad social, junto a otros que han revoloteado y siguen alrededor del club en busca de las migajas que caían y caen por las rendijas de un suelo entarimado por Patrick Messow igual que se filtraba polvo de oro desde los raídos bolsillos de sus buscadores en la taberna de la Ciudad Sin Nombre, la de la Leyenda contada en el cine por Joshua Logan.
Hay árboles que solo viven en las condiciones climáticas de sus territorios, sin adaptarse a terrenos diferentes. El fútbol pretende prescindir de sus raíces sin entender que su éxito procede de ellas. Los clubs pueden acabar en manos de fondos de inversión, millonarios más o menos caprichosos o empresarios ávidos de publicidad y reconocimiento, pero su falta de identidad propia nunca dejará de ser una condena, a largo plazo si se quiere, pero condena al fin y al cabo. Y eso no es aplicable solamente a la entelequia de la Via de Cintura, donde se ubica ese Estadio Balear remozado para quien aterrice en busca de nuevas emociones.