A veces me pregunto

Era francés, aunque nacido en El Cairo. Se llamaba Richard Anthony y fue uno de los  que introdujo el rock en su país, aunque en España triunfó más como cantante melódico y grabó en castellano una versión de un fragmento del Concierto de Aranjuez, del maestro Joaquín  Rodrigo, así como una canción que ahora me ha venido a la memoria editada a mediados de los «60» y titulada «A veces me pregunto».

Lo que yo me pregunto a veces es cuántos entrenadores han pasado por el Atlético Baleares desde que el alemán Ingo Volkmann se hizo con el club. Lo más gracioso, por no llorar, es que los suben y bajan de los despachos al banquillo con una pasmosa facilidad. El dueño cree que hacen bien alguna de sus funciones o si acaso, ya que les tiene que pagar sus contratos, al menos que hagan algo. No llevo la cuenta de los años que este hombre lleva en el club, pero quizás sea hora de pensar si el equivocado es él, su director deportivo o la corte de sabios celestiales que le ronda. A ver si el problema reside en el potencial de las plantillas confeccionadas una temporada tras otra y no tanto en el casting de técnicos que no tiene fin.

Caigo en la cuenta de que la UD Ibiza ya ha quemado a cinco entrenadores desde que ascendió a Segunda «A», es decir un campeonato y medio. Vuelvo a preguntarme si a quien sea que encomendara Amadeo Salvo, dueño y señor, la dirección deportiva, creo que ya van dos o tres, ha confundido mezclar veteranos con jóvenes o dinosaurios con alevines, que no es exactamente lo mismo. Empezó con Carcedo, que subió de categoría, tuvo que reemplazarlo por Paco Jémez, quien salvó los muebles pero salió de estampida en cuanto pudo, seguramente convencido de que se la iba a pegar de todos modos. En agosto empezó con un chaval que no había pisado la categoría de plata más que en sueños y se fue al extremo opuesto al contratar al abuelo Anquela, que le duró menos que un gato en el agua, recientemente relevado por Lucas Alcaraz, otro rescatado de la saga de los técnicos incansables.

Ni en las categorías inferiores se han perdido las malas costumbres. Lo malo no es que en cada aficionado se esconda un seleccionador, sino que tras cada presidente se oculte un aficionado.