Adjetivos agotados
Dicen -¿quién lo dice espetaba Luis Aragonés?- que el concepto del tiempo es relativo, lo cual no justifica que se lo quitemos a Rafa Nadal por defecto y a Carlos Alcaraz por exceso. Al mallorquín lo jubilamos con excesiva premura y al murciano lo subimos a los altares como si nos fuera en ello la vida. Una clara consecuencia de la necesidad de renovar constantemente nuestro catálogo de ídolos ante la evidente decadencia, sino caída, de valores básicos.
Hemos vuelto a las bicis y los patinetes, pero a eso le llamamos progreso. Quizás tengamos que rebuscar en los desvanes para reponer las cocinas de leña de nuestros abuelas, utilicemos barras de hielo al peso para conservar los alimentos en lugar de neveras último modelo y olvidemos la pugna comercial entre los motores de gasolina o eléctricos en beneficio de las calesas de caballos.
Al tenis también se jugaba con raquetas de madera y cordaje de tripas. No existía el ojo de halcón, ni las pistas sintéticas. No es menos cierto que el público era más respetuoso, no se escuchaban gritos en el momento de un saque, no se aplaudían los errores no forzados y los tenistas vestían de blanco riguroso, como en Wimbledon ( Inglaterra siempre fiel a sus tradiciones), los ganadores no enseñaban el puño amenazante al adversario después de ganar un punto.
Vaya por delante que no comulgo con que cualquier tiempo pasado fue mejor, aunque tampoco con que lo sean el presente o el futuro. Es más que nada una excusa para no reconocer que carezco de recursos para añadir adjetivos a las epopeyas del manacorí y no los quiero usar aun para glorificar las batallas de un joven que debería rechazar comparaciones, más odiosas que nunca, derechos de sucesión cada uno con los suyos y otros halagos que endulzan los oídos y amargan el corazón y la cabeza.