Aniversarios y refundaciones

La pasada semana el RCD Mallorca SAD cuplió 106 años desde la fundación del Alfonso XIII, un matiz que no es baladí. Que el club que actualmente gestiona aquella herencia, aceptemos pulpo como animal de compañía, tengo algo que ver con aquel que nació hace más de un siglo, equivale a asumir que el «reggaeton» nació a partir de la sinfonía número 40 de Mozart.

El Mallorca de hoy ha sufrido varias «refundaciones» y, por desgracia, no conserva una sola gota del espíritu, el alma, el cuerpo y los objetivos del que alumbró Vázquez Humasqué. Jaume Rosselló, con ayuda infinita de José María Lafuente López, transformaron a finales de los años 50 lo que era una sociedad de amigos en un club profesional. Un paso importante para el desarollo y continuidad de una idea aproximada al original la cual se mantuvo hasta 1978 cuando Miquel Contestí evitó su práctica desaparición.

La esencia conservada por el que ha sido el presidente que más tiempo permaneció en el cargo sufrió un nuevo cambio ante la obligación de convertirse en sociedad anónima deportiva y prescindir de su sistema de socios asamblearios para dar entrada a accionistas de una empresa con evidente ánimo de lucro. Una fórmula plasmada poco después de su entrada en vigor, cuando Antonio Asensio Pizarro se hizo con la mayoría de los títulos de propiedad y colocó en la presidencia al popular doctor Beltrán.

El abandono del Lluis Sitjar reemplazado por el multiusos de Son Moix inicialmente construido para albergar la catastrófica Universiada 99, refleja un cambio de escenario que pudiera interpretarse como un símbolo de cambio, aunque el cuarto neobautismo, que no renacimiento, llegaría con el desembarco de capital americano auspiciado por la compra llevada a cabo desde Arizona por el financiero Robert Sarver y sus socios. Una inversión, aunque difícil de entender, claramente especulativa y que, tal como pretendemos recordar, no retiene el menor rastro de lo que ha sido este club sin un solo mallorquín en sus cargos oficiales o ejecutivos y que, aparte de lo que cada uno quiera festejar y celebrar, no tiene del siglo pasado más que el nombre y el color de la camiseta.