Comparaciones odiosas, si.

Desde tiempos que escapan de mi memoria, la afición del Mallorca es más asusente y silente que parlante y presente. No es una crítica, sino la constatación de una realidad de la que los americanos han tomado nota, buenos son ellos para estas cosas, después de comprobar números, cifras y datos.

Para que nadie se asombre cuando el club programa en redes sociales, su vehículo favorito de comunicación, que ha alcanzado más de 5.000 mil abonados, pese a las protestas por el aumento de dichos abonos, porque sin buscar ejemplos ni lejanos ni extravagantes, el Levante, en segunda división y segundo equipo de su ciudad, va camino de los 11.000. Para despejar dudas, reside en la barriada de Orriols cuyo censo apenas alcanza los 17.000 ciudadanos. Aun así las peñas del club, sus más fieles seguidores, impidieron le venta de acciones a los actuales propietarios del Mallorca antes de que Javier Tebas, presidente de la Liga de Fútbol Profesional, los redirigiera a la rampa de salvavidas de Utz Claassen.

Abonados del Sevilla con pancartas, bocinas y otros artilugios, han expresado su malestar con sus directivos con una manifestación frente a las propias puertas del Ramón Sánchez Pizjoán, en pleno distrito de Nervión, disconformes con las tarifas aplicadas a sus localidades de cara a la temporada en ciernes.

Robert Sarver y sus socios aterrizaron en país conquistado y conscientes de la frialdad y falta de respuesta de los parroquianos de Son Moix, para algunos la verdadera decadencia del Real Mallorca, han vendido la reforma de la grada de sol, ahora llamada este, y la eliminación de las pistas de atletismo como una demostración de proyecto y futura implicación, pero han marginado, sin ocultarlo, que eso supone la reducción de la capacidad del estadio en 4.000 espectadores. De ahí los incrementos y la consciencia de que sobra sitio. Nadie, a título colectivo, ha dicho nada.

Comparaciones odiosas, si; pero no ociosas.